ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Símbolos de la izquierda

 

Hay cierta izquierda a la que le pesa demasiado todavía el novecentismo y el guerrillerismo, esa imagen de querer dividirse entre selvas y sembrados para dejarse barba, comer con navaja y ensartar en el bieldo a los patronos y a los banqueros. Se lo comentaba yo el otro día a un candidato de IU. “No le puedes quitar a la gente sus símbolos”, me decía, tras darme un poco la razón. En la sede, los retratos del Che y la Pasionaria se miraban de reojo con un amor de trinchera, casi incestuosamente, haciendo como una Sagrada Familia varonil y separada. El comunismo, o lo que queda de él tras vetearse de ornitólogos, ha atravesado siglos y gulags, ha muerto o no, pero siguen sus mártires y sus mitos que ya no sirven o que sirven como una catedral vieja para un palomar. Pero resulta difícil juzgar y medir los símbolos, que siempre son borrosos, que siempre simplifican, y por eso mismo funcionan. Todavía el anciano campero quiere vengarse del señorito jugando al dominó ante los ojos encendidos de Dolores Ibárruri. Todavía el joven que se ve sin piso y sin trabajo saca una bandera con la estampa mesiánica de Ernesto Guevara por joder y por mentarle el diablo al poderoso, de quien se siente tan lejano.

Fue como mentar al diablo, lo del otro día en el mitin de Aznar en Málaga. Fue sacar un pentáculo en el besamanos que hacía el PP. Fue un punto canalla, un exabrupto, un regüeldo en una cena de embajada. El Che era el contrario despeinado, rebelde y furioso desplegado ante la maestrita que es Aznar. Era el bandolero romántico frente al oficinista pío. Era la imagen del mundo como una jungla frente a la del mundo como una salita de estar, del mundo que está por cambiar frente al mundo que es confortable y que sólo estropean los vagos. Era el revolucionario frente al reaccionario y ese enfrentamiento tenía la hermosura titánica de los opuestos. Se puede pensar esto, que es hacer una lectura amable del gesto, o se puede pensar que los que se disfrazaron de pijos para sacar un emblema solar del Che igual que enseñar el culo estaban pidiendo fusilamientos y una dictadura de barbudos. Vean ustedes.

Esta campaña la tenemos mundializada y ya no es una lucha de los candidatos que mejor asfaltan sino una guerra espiritual de izquierdas renacidas o reconvertidas y derechas que van de modernas, eficaces y pulcras. Pero hay una izquierda que no está precisamente para sacar rollos de la caja registradora y hacer con ellos el mitin. Por eso tiene que recurrir a símbolos que ya no significan lo mismo, como el comunismo ya tampoco significa lo mismo, pero que están ahí como abuelos de todo. El Che nos recuerda la funesta dictadura de chozas y maniseros flacos de Castro pero también la lucha contra la otra funesta dictadura de Batista, que a su vez nos lleva a la obscena Iberoamérica llena de reyezuelos puestos por USA. En los dos sentidos, el Che es un símbolo. A la izquierda comunista, con todas sus facciones, sólo le han ido quedando muertos, países quemados y atolones de la locura como Cuba. A la caída del Muro le debería haber seguido una refundación radical de todos los partidos comunistas de occidente, pero no ha sido así. La sensación, pues, es que se alimentan de sus viejos héroes como de las vísceras de santos incorruptos. Posturas ambiguas, como ante la situación cubana, no ayudan a pasar página en su historia. La desmesura de sus banderas con boina, tampoco. Sólo en algún caso, como éste del Che espantando a Aznar como a una monjita, pura plasticidad de contraste, sus símbolos pueden tener una interpretación de audacia y ternura. Quizá, también, recordar el retrato de Dolores Ibárruri, virgen del proletariado, consolando como una novia vieja al maltratado campero que juega al dominó, en aquella sede del PC llena de puños pintados y mirindas.

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