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Los días persiguiéndose |
3 de julio de 2003 Berlanguiana
Por los pasillos del Palacio de Versalles andaban cagameándose las marquesas y los pajes. Sólo al final del reinado de Luis XV, el rey que profetizó que tras él llegaría el diluvio, se recomendó la limpieza semanal de los excrementos. El poder es un establo donde fermentan el oro y las majadas, haciendo la misma masilla. Pero sobre aquella atmósfera de acequia de Versalles sonaba igual la vihuela, ascendían las cantatas y los ejércitos a los cielos, se formaba Europa sobre un futuro de cabezas cortadas como calabazas. El poder y las heces se acostumbran y no paran la Historia. La nariz se sacia, los ojos se entretienen. Sigue valiendo todo esto, ahora, cuando uno se vuelve cada vez más escéptico y más cínico contemplando la política como un minué de gente que anda cagada por debajo de sus miriñaques. Madrid, que siempre hizo grandes a sus monarcas y a sus bribones, no ha inventado el arquetipo Tamayo, político de marisquería, mediocre empingorotado, binguero de la democracia. Madrid sólo le ha dado a este paradigma tan repetido la dimensión capitalina de la felonía. Porque ha sido la traición, no se equivoquen, y no la baratería y los terrizos intereses de Tamayo, lo que lo ha convertido en el canalla nacional, un canalla acompañado de dama boba o florero que vota. Nada hubieran importado sus amistades peligrosas ni sus chanchullos con el ladrillo si hubiera seguido dentro de la disciplina del partido, si hubiera montado sus cenáculos para la sigla madre que le dio vida y posición. No hay aquí inocentes, sino escarmentados. Ningún partido político puede sobrevivir económicamente sin una cuidada agilidad en favores, transacciones y chotis con los que ponen el dinero. Ninguno. Todos lo hacen. Pero no a todos les salen rebotados. Ése ha sido el caso de Madrid, donde el PSOE tiene familias como una concurrencia de pirañas rivales. El rebelde convertido en felón en Madrid puede ser, sin embargo, el rebelde heroico en otro sitio. Inmaculada Gálvez también está traicionando a su partido y podría decirse que a sus votantes. Pero Inmaculada Gálvez es una pastorcita que quiere perfumar de primaveras el Parlamento Andaluz y pide comisiones de investigación como una diadema de margaritas para su corderillo. ¿Cabe exigirle que devuelva su acta? El PSOE, tan preocupado en Madrid por la corrupción y el golpe a la democracia, que lo ha sido, aquí niega, retrasa o elude investigar las tramas urbanísticas que alicatan nuestras costas de millones negros, de pajarracos listillos y de toda una casta de horteras con relojería de oro en los dedos. ¿Les sorprende? A mí no. Esos vendedores de coches y apañadores que trajo Jesús Gil para llenar su partido/empresa han terminado aliándose en Estepona con el PSOE. En La Línea, lo hicieron con el PP. ¿Les sorprende? A mí no. El otro día volví a ver La escopeta nacional, de Berlanga. Resulta espeluznante que sigua siendo el mejor retrato de cómo se mueve este país de amigotes, traspelotas y palanganeros. Pero hemos aprendido a convivir, como en la película o en el Versalles luisino, con la decadencia, los libertinos y la mierda. En Francia todo terminó en revolución. Ahora, cuando ya no hay revoluciones, nos bastaría con un solo político decente gobernándonos. Pero la pregunta es si cabe la decencia en la política. En esta política. |