Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

7 de agosto de 2003

Marbella

Había príncipes, toreritos, golfos y quinielistas; había jardineros, esbirros, navieros y busconas; había patanes con muela de oro, metralletas en los maceteros, dinero para limpiarse el culo. Marbella tenía que estallar y lo ha hecho como estalla un casino o un puticlub, esparciendo bragas, mucosidades y pagarés. Habían limpiado a los mendigos, a los choris de poca monta y a los negratas; habían puesto fuentes de sirope sobre las alcantarillas y los guapos vestían como Elvis. Pero el municipio se repartía crudo en las marisquerías, los conseguidores volaban en helicóptero para ir a por la comisión o a por la chacina, y los horteras agarbanzados que visten de seda sin quitarse el meyba ganaban para castillos, balandros y amantes como yeguas o yeguas como amantes. Hay quien sigue sosteniendo que Jesús Gil, que es como un pocero que llegó a millonario, fue una apuesta política de Felipe González para que rascara votos al PP por la parte facha. Sea así o no, se permitió que Marbella se fuera pudriendo con rayos UVA mientras los jueces iban perdiendo sucesivamente los cartapacios. Así hemos acabado en la traición de un enamorado. Ya dijo el clásico que en Roma las mujeres dieron reyes y los quitaron. Las traiciones que inspira la mujer son bellas y teatrales como las que inspira el arsénico. Julián Muñoz, el camarero que va de Armani y que tiene pinta de guitarrista de sevillanas, la ha armado por el amor de hembra jaquetona de la Pantoja o por revancha, y ha soltado a todos los tigres y monos con tutú que había en el circo marbellí.

En Marbella están los que ponen la tela, los que la recogen mayormente, los que hacen de comparsa, y además el pueblo que no se entera porque está anestesiado de tinto y de bungalós. Los que ponen la tela son los que menos salen porque hay mil mayordomos y mil piscinas hasta ellos. Sí salen Julián Muñoz y Jesús Gil, que se igualan a los besugos en sus comparecencias en la tele rosa y nos demuestran, por si cabía alguna duda, que estaban en la pomada todas las serpientes y todos los caballistas que nos imaginábamos. Los comparsas, por su lado, nos hacen adivinar que la moción de censura es un ajuste de cuentas traído en fino por conserjes que no manejan pipa ni chirla. Isabel García Marcos, que era esa muñecota que fustigaba a Gil, se ha cansado de ser honrada como de ser virgen, de ganar veinte mil duros y de que la tomen por una planchadora. Los del PA es que están entrenados para esas cosas y de ahí el largo silencio del partido, que ha durado tanto como el pesaje del mucho oro por venir y de la poca decencia por guardar que se jugaban en el movimiento. El PSOE pone cara de asco pero dice poco, y a Chaves todavía se le espera. Por último, del pueblo de Marbella no sabemos si decir que se lo merecen. Ellos querían las calles regadas y las palmeras con diademas, los tironeros a la sombra y las putas baratas en la cuneta, el cielo apaisado de sus playas y las boutiques llenas como pollerías. La corrupción no les importaba porque a cambio los puertos deportivos quedaban luminosos y monegascos, y ya se sabe que más o menos toda la política tiene que ser sucia, esté Gil o esté otro. Ahora conocen lo que es consentir vivir en una gusanera con escalinatas.

No es lo peor de Marbella este regocijo de raposos, buscones y cangalleros, sino el tiempo que llevan sin que el Estado haga nada. Marbella tenía un lado de sol y otro de trascocina puerca. Engordaron los capos y sus cortesanos hasta que los anillos se les incrustaron en la carne. Que nadie hiciera nada es lo que asusta, más que toda la canalla local en taparrabos.

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