Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

11 de septiembre de 2003

Fumar

Fumaba Lauren Bacall y sabíamos que después del cigarrillo vendría el beso, un beso de mujer ardiendo pacíficamente y por dentro, como una antracita bella, y que le daría al héroe su alma en aire y su cuerpo en una copa de humo. Fumar no es saludable, pero el amor de aquella flaca tampoco lo era. En esta vida hay que arder de una manera o de otra o se convierte uno en una lámina de anatomía con todas las venas de plástico y un corazón de manzana. Fumar mata como la vida misma, o sea que siempre nos vamos matando nosotros de la manera que elegimos, con tabaco o con purgantes, con el trabajo o con la pureza, con la mentira o con una morena que nos asesina cada noche nada más rozarnos con la cadera. Hay que matarse o uno no vive, porque vivir es matarse y si no todos tendríamos el bazo incorrupto de un santo molestándonos en el costado, que así es un coñazo vivir. Se fuma porque es una cosa inútil, como inútil es el arte, y el hombre necesita cosas inútiles que no necesita un chimpancé, por ejemplo, y en eso se nos distingue. En eso y en la libertad, la libertad incluso de poder morir en la ceremonia de fuego de uno mismo, como un vikingo. Se fuma porque después se ve el mundo como oliéndolo, que tampoco sirve para nada pero podría dar para un poema lleno de sinestesias que no sirve, igualmente, para nada. Se fuma porque puede ser distinguido como una viola o como una úlcera; porque estar totalmente sano es tan poco elegante como carecer de vicios; se fuma por no parecerse a ese ñoño de “Saber vivir” que sólo disfruta tomándose la tensión en familia. Se fuma porque sale de los cojones.           

Hay una cruzada contra unos pocos vicios muy escogidos, y el tabaco está ahora de moda entre los que quieren salvarnos como pudo estarlo un día la sífilis. En los dos casos no es tanto por salud como por puritanismo. Hay una cruel arbitrariedad en el modo en que los puritanos nos señalan un demonio y no otro, cuando lo que abunda en este mundo son los demonios y la mayoría matan más rápido y más puercamente que la carne o el humo. Nos quieren limpiar los pulmones porque es la funda esponjosa del espíritu humano, nos quieren a todos inhalando eucalipto, felices y acuáticos como en un anuncio de chicle sin azúcar. Les ha dado por ahí y nos están asustando con unas letras que te dicen que el tabaco acorta la vida o que se te va a caer la picha, o con esa muerte blanca y cruda de los hospitales y las palanganas. Pero la muerte no tiene un solo sitio ni una sola mano y se descuelga desde todos los ventanales. Mata el coche más que la espada, mata Bush diciendo que eso es bueno para el planeta, matan la crueldad y la avaricia y los Imperios, matan la estupidez y los dioses, mueren más por comer sólo aire que por fumar, y nadie les va poniendo letras negras ni vísceras con gusanos a los culpables de todo esto, que ya los conocemos.

Se puede demandar a las tabaqueras como aquí en Andalucía y quejarse luego si se van a otro lado, como si el tabaco sólo fuera veneno a partir del estanco. Se puede ir haciendo que los fumadores sean ya como piratas. Se puede perseguir este bendito vicio de incienso y soledad porque es voluptuoso y onanista. Pero que no digan que mata, porque todo mata. O que cuesta dinero a la Autonomía, porque el que no se muera de tabaquismo irá luego pidiendo lavativas, dentaduras o dodotis, se le irá la próstata o el colon o el colesterol. Pero eso es el puritanismo, el goce que se obtiene al privar de placer a los otros, y tal es la campaña antitabaco. Fumaban los canallas, los héroes y las amantes. Fumaba la Bacall como una sirena en la niebla. Que nos dejen en paz fumar o matarnos. Será bello e inútil como las cosas que merecen la pena.

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