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Los días persiguiéndose |
11 de marzo de 2004 El cambio
Todos piden el cambio, que quiere ser una purificación de lo feo que hay, pasado por las manos del pueblo y del partido que perdió la otra vez. Tenemos cambios de talante, cambios de corbata, cambios de detergente, cambios con terremoto o con café con leche, cambios según la latitud y cambios según el horóscopo, todos los cambios imaginables ofrecidos desde los atareados púlpitos, pues los candidatos pueden hacer llover ángeles o azufre, depende de lo que se fume el director de campaña, ese hechicero. El positivismo o la publicidad con flechas nos han hecho asociar cambio con mejora, por ambiguo que pueda resultar el concepto de progreso. Sin embargo, en política, por lo que llevamos visto y sufrido, esta palabra no significa más que la primavera de El Corte Inglés, que nunca cambia sino en la sonrisa. A la política le puede llegar una cosecha de conservatas, que enseguida lo consultan todo con el Cristo de Medinaceli, o de progres, que enseguida hacen una camarilla de maestritos y patilleros que se convierten en los nuevos ricos (recuerden, siempre, aquella sentencia de Solchaga). Los cambios que llevamos han sido solamente un relevo del chaqué por la pana o de la rosa por el lirio, de la hora de la petanca por la hora del Angelus y en ese plan. Por lo visto, la política es una señora muy mandona que cuando llegan al sillón los nuevos siempre les hace arrepentirse de sus antiguos papeles porque sólo hay una manera de hacer las cosas: acuéstate con la banca, búscate un mass media o varios, coloca a tus amigos y trompetistas, fomenta el clientelismo, redacta una lista negra, enriquece el arte de la propaganda, y que se echen mastines y maribárbolas a tus pies. Lo demás es literatura y porcelana. El PSOE pide el cambio en La Moncloa, pero que no se mueva un grifo en San Telmo. El PP pide el cambio en Andalucía, pero que no lleguen nunca a cruzar el Puente de los Franceses los socialistas, que traerán el Apocalipsis y a los moros. El cambio de IU, igualmente, es un cancionero: si el PSOE nos llama, que se unan las izquierdas de nombre o de barbas y que nos arrullen por una vez las sirenas del poder con placer y asquito, como si nos abrazara Malena Gracia. Y qué decir del PA, saldo de la política andaluza, que lleva años mostrándonos sus bragas tendidas. En esta reolina nos están robando la democracia, que ya no tiene ciudadanos, sino hinchas o apostadores. El color del partido tiene su valor de estética, manada y batallitas, por encima de lo que hacen, que cada vez se distingue menos. Es el futbolerismo de la política, lo hemos dicho en otra ocasión, al que nos están llevando como hacia el garrotazo final. Para el cambio de verdad habría que pasar por una época de desnudos y aljofifas por el que ninguno de los miembros de nuestra comodona casta política estaría dispuesto a pasar. Bueno, quizá Pimentel sí, que ya está desnudo porque no tiene nada sino sus amadas vacas y sus sueños juanramonianos. Pero Pimentel casi no está en el juego y por eso no vamos a llegar a saber si era El Elegido u otro travestido. Nos prometen cambios que no son nada, como no lo son los de los reyes o los de las lunas. Citaríamos El Gatopardo, pero está muy visto, casi tanto como el Cándido. El día 14, al votar, estaremos rellenando una quiniela que sólo nos dará otro domingo indiferenciado de goleados y galácticos. Hay quien votará para que no se metan con en él en la peña. Ése es el españolito que nos han ido fabricando. |