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Los
días persiguiéndose |
6 de agosto de 2004 Los ricos Los pobres de España, los que hacen de chachas y de cantinflas en las series de televisión, los betuneros con guitarra, los del PER y la pesca de cordones de zapato, el último cajón de todas las estadísticas, la africanía de Europa; es decir, nosotros, Andalucía, tenemos el polo en Sotogrande y los yates en Puerto Banús. La pobreza se conoce mejor cuando la coloniza la abundancia, y la riqueza también se conoce mejor cuando se sabe que más allá de la cerca sólo hay camareros y molineras. Así funcionaba mucha ópera con Fígaro y mucho teatro con pícaro, y hasta aquella película, Sabrina, con la delicada Audrey Hepburn subida a los árboles mientras el rico calavera seducía en la pista de tenis a ese tipo de rubias a las que se les eriza el vello del pubis nada más subir a un descapotable. Las islas verdes en las que los ricos mandan a sus caballos por el martini, los pantalanes donde desembarcan los harenes y los mastines, los banqueros y los mafiosos. El rico viene a ver al pobre para ser rico, que es su deber. El turismo es siempre una servidumbre de ver comer a los otros, y ese estigma de poner la mano, de que caiga la propina y de sacarle al guiri un billete o un cuartillo con unas bulerías falsas como un torero falso, es tan de aquí como nuestras folclóricas repollo. Dejar venir a los ricos para que suelten todo lo que les sobra, aflojarles un poco la billetera con caracolerías, ponerles el pueblo berlanguiano, dejarles todo el campo para que hagan su polo o su golf, que es un billar muy ostentoso, aparcarles el coche marfileño y la rubia gélida. Todo esto es mentalidad de pobre y en Andalucía se nos nota mucho. Aquí hemos alicatado la costa y aprendido idiomas y entrenado barmans y cuidadores de césped porque los ricos vienen con su rebaba de dinero y con otra medida diferente a la nuestra, y eso hay que aprovecharlo. Les hemos hecho reservas como a unos leones con esmoquin o con bermudas, según, les hemos copiado los palacetes, aquí donde sólo había chamizos, pero además les ofrecemos la ventaja de que pueden salir fuera a ver pobres, a sólo un kilómetro, y eso les gusta porque es como jugar a exploradores del África, que igual llega un parado y te quiere cocer en una marmita. Ricos de verdad, ricos por un mes, guiris con una camisa de loco puesta o caballeros conectados a la bolsa de Tokio, la aristocracia de los bancos o la aristocracia pelada, los profesionales libres y los que están libres de profesión, el chancleteo y el vals, los caballos y los burrotaxis, las tetas fuera y el reloj para el chaleco. En Andalucía tenemos sitio para todos. Sotogrande es cursi como una pedida de mano y Puerto Banús está llena de frikis, horteras, jeques y tenistas con cocodrilo en la cubierta. Ahora Dinio y Yola Berrocal parece que han montado algo por allí, un bar o una cama redonda. A Yola Berrocal, las proas de los yates le parecerán pollas seguramente. He estado estos días por la Costa del Sol y es un parque temático de gambas y alemanes. Todos parecen ricos en esta tierra de pobres, hasta los que no lo son del todo. Es nuestra servidumbre. Sotogrande o Puerto Banús, aunque se me ocurren más ejemplos. Dos apóstrofes de ironía. Entre el paro y la subvención, los pura sangre resultan obscenos como chacales. En el green del dieciocho, se pueden apostar los ricos toda nuestra renta per cápita. Vivamos de los ricos, ya que no podemos serlo. Es una manera como cualquier otra de no salir nunca de pobre. |