|
Los
días persiguiéndose |
10 de agosto de 2004 El nombre Umberto Eco lo pone en boca de Adso de Melk al final del libro y da para más que un título, es toda una cosmología otorgada como en un beso, en la despedida: “Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus”. Algo así como: “De la rosa primigenia queda el nombre, conservamos nombres desnudos”. El nombre de la rosa no es una novela de detectives medievales como creen los escolares, sino una forma enroscada y oscura de hablarnos del conocimiento humano, que da hambre y miedo, que da miniaturistas y asesinos. Por eso, no podía terminar sino con un sublime resumen de todo, pues eso es la sabiduría, la aprehensión de la totalidad, y así lo dejó escrito en esa frase como en una columna. Nominalismo, simplemente. No hay realidad que corresponda a los nombres abstractos: “Nomina nuda tenemus”. Todo lo contrario al platonismo, y quizá por eso el venerable Jorge se comía entre babas y teas aquel tratado envenenado de Aristóteles, que fue el primero que advirtió el gran error de su maestro, esa psicodelia de Platón que había dado la vuelta a los mecanismos de la percepción humana hasta creer que los triángulos vivían realmente en su mundo y que la Verdad era una señora. Desde entonces, los grandes conceptos abstractos sólo pueden quedar para la poesía y para la hoguera. O para los políticos. La nación es un contrato, los pueblos son el sello de un funcionario, la bandera es un trapo con banda de música, pero los políticos todavía creen que basta el nombre para generar la realidad. Se le puede llamar patria, nacionalidad histórica, comunidad autónoma. A la voluntad creadora del mismísimo Dios judeocristiano se le llamó Verbo, y es que Platón sigue siendo el más barbudo de la Trinidad, aunque muchos finjan no saberlo. El Verbo de Chaves ha pedido ahora un pacto político para que la reforma constitucional incluya una denominación de la comunidades autónomas con la que “todas se sientan cómodas”. Creerá Chaves, quizá, que el acto de darle un nombre hará flotar el concepto inmediatamente en el Cielo de los conceptos, acompañando al triángulo. Los políticos andan siempre inventando absolutos, llevando a la universalidad sus mezquindades. Así, se inventan que esto en que vivimos se llama Democracia o Libertad, e igual nos quieren convencer de que las cordilleras tienen un alma antigua y glagolítica que esperaba ya a sus pueblos verdaderos igual que un dogo en la cabaña. Lo de “nacionalidad histórica” no deja de ser otro nombre desnudo, pero además es una memez. La Historia pasa para todos, ninguna provincia ha vivido más eras que otra y los pueblos son siempre un agua mezclada y movediza que no se puede separar con sólo buscar el estandarte más viejo ni el rey más caníbal. Platón se equivocó con sus absolutos volando y los románticos se equivocaron con que el suicidio era musical y con que existía el Volksgeist, el espíritu del pueblo, que sólo era un truco para que rimaran los poetas con los generales. No es la Historia, que va por otro sitio descostrando las fronteras, que son postillas. Maragall e Ibarretxe quieren otra cosa, una mesa para ricos, sus bancos y sus impuestos para ellos solos, la pandilla del barrio manejándolo todo. España no es nada mágico, es sólo un pasaporte, no hay almas de toreros contra almas de aitzkolaris ni de payeses. Pero cuando las naciones tienden a fundirse por arriba, no tiene más sentido que el egoísmo comernos los pies ahora. Las comunidades, las nacionalidades más o menos históricas o como quiera Chaves llamarlas, podrán tener su referencia en la nueva Constitución y sus interesadas élites locales haciendo cada una su bolsa. No seguirán siendo más que nombres desnudos. Como el nombre de la rosa. |