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Los
días persiguiéndose |
24 de agosto de 2004 La pana Quizá están pensando llegar a la pana, que en política es como vestirse de gaucho de los pobres. El primer escalón son las mangas de camisa y la corbata en el bolsillo, luego está la cazadora en vez de la chaqueta, y al final la pana, pan ácimo del atuendo, alpargatas del político que nunca llevará alpargatas. Están criticando a las ministras por la pijada del Vogue, cuando lo peligroso en política es salir empanado y con botijo, como recomendaba Guerra, gurú del garroterismo en la imagen. Mi colega Pepe Ferrer, gran fotógrafo con el que ya he compartido muchas horas y kilómetros, me lo dijo un día: “No hay quien se resista a la vanidad de posar”. He visto a todo un lama tibetano, como un San Pancracio de lo austero, con toda su maestría en suprimir el deseo y no pisar hormigas, hacer sin embargo posturitas de budista durante más de veinte minutos, posar incansable y dócil siguiendo las órdenes de mi compañero. Lo de las ministras es una estupidez, no más que el Rajoy que vimos con bicicleta o el Zapatero baloncestista, que quedaban los dos como zangolotinos cogidos en medio del estirón y los tigretones. Uno lo que teme no son los armiños desparramados en el sofá, menos si son de atrezzo. Uno lo que teme es la pana, que es como se acercan al pueblo los que nunca han sido pueblo y como te piden el voto los menesterosos de la política que acaban de caerse del caballo. Quizá están pensando llegar a la pana, porque ya se les ve en manga de camisa y alguna vez en cazadora. El PP andaluz tiene que cambiar y a lo mejor, después de lo de Vogue, apuestan por la pana y por quitarle los tomos dorados a la biblioteca de Ana Botella, que eso sí que es un estilo. Javier Arenas dice que quiere renovar la mitad de la cúpula del PP andaluz en el congreso, pero eso de cambiar un trozo de cúpula parece una distracción de cardenales. La gente no está mirando a las cúpulas, que sólo sirven para que se les caigan los taparrabos a los cristos. Ese puzzle de demarcaciones, ese orden de las sillas de los ateneos políticos y ese movimiento de grandes lunas marea al personal. La gente conoce primero la política en su pueblo, y allí el padre del concejal te explica enseguida la ideología del niño. Más que empezar por arriba, que es cosa de los peritos y de los últimos que ponen la escayola churrigueresca, el PP tiene que cambiar por abajo, por el personal que tiene guardando los varales en el pueblo. El PP lleva años virando hacia el centro (“de dónde vendrán éstos, tantos años yendo hacia el centro”, decía el inefable Alfonso Guerra no hace mucho), el centro que es el saloncito de la política o simplemente la tibieza de una derecha vergonzante. Pero en Andalucía, un centro de pijos y de jinetes es poco creíble, y el repentino ayuno de tanto señorito que hay metido en el PP por estos lares, un truco que no se tragará nunca una autonomía que anda con serones, aunque lo que tenga enfrente sea esa oligarquía de tumbados que ha ido haciendo el PSOE. Mal asunto si tiran hacia la pana, que es el último disfraz para engañar al pueblo vistiéndose de lagarterana, tan mal asunto como si se quedan en sus cúpulas haciendo postura de gárgola y pintándose boinas de lejos. El PP lo que necesita es un buen fregoteo por los bajos, allí donde salpica a la gente. Miren cómo Teófila sabe hacerlo yéndose a comprar caballas con las marías de La Viña, y sin quitarse el fular. En Andalucía, el PP todavía suena a tablao con gitanitos. Si pueden cambiar eso sin caer en el engaño de la pana, quizá Arenas no quede como el profeta que vino de los cielos monclovitas para fracasar otra vez aquí, donde cayeron tantos generales que iban de guapos. |