Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

  27 de agosto de 2004

El submarino

Los Juegos Olímpicos no han traído ninguna tregua. La guerra no duerme nunca, igual que la lujuria. Mientras los atletas brillan en aceite y en esteroides, la guerra sigue por los raíles que tiene por encima y por debajo del planeta. Los mismos Juegos son una guerra, y el medallero muchas marinas en formación que cuentan el peso de sus cañones. Durante la Guerra Fría, los estadios los pensaban los generales y cada corredor o forzudo venía con un agente secreto disfrazado de fisioterapeuta. La guerra fue el primer deporte, el deporte sigue siendo una guerra y todavía había que ganarle al Dream Team por aquello de Cuba. La guerra, el deporte, matarse y vencer con diferente grado de educación y de trampas. Por eso, un submarino apareciendo en una regata es sólo como si los chicos se hubieran equivocado en las medidas del barco. Un submarino entre regatistas, además, nos enseña cuáles son las prioridades en los cruces del mundo. Nadie le pide los papeles a un tiburón que se equivoca de carril.

El submarino nuclear americano apareció entre veleros en El Puerto de Santa María como un nadador que sacó una metralleta, que así no hay quien te quite el oro. La casualidad nos brinda de vez en cuando estas imágenes que explican el mundo entero: La guerra siempre se abre paso entre las frágiles palomas del agua o de la tierra, y un marine en el puente del submarino, con la bandera erecta de un fusil, vence a los vientos y vence a las leyes ingenuas de los windsurfistas que somos los demás, y lo hace con altanería y guapura, como conquistan a sus novias los cadetes. Aquí hay quien le ha tocado el papel de ir en submarino y quien le ha tocado el papel de ballena asustada y de lanchero que tiene que apartarse o te arrancan una pierna. Aquí nos manejamos con gráciles empopadas, domingos de playa y reglas de pícnic, mientras nos pasa la fuerza, gran barlovento delante de la cara. Si emergieran todos los submarinos que hacen la relojería secreta de la guerra, si salieran sus buzos al chiringuito, si se posaran los cazas en los prados, no quedaría sitio sino para arrodillarse. Por eso, ver la obscena barriga de la guerra apartando a los barquitos de papel es como ver salir a todas las medusas que hay en el mar para recordarnos que hay veneno y que estamos rodeados, y que poner delante de eso a un árbitro en pantalón corto lo que da es risa.

De la Base de Rota no va a salir nunca una piragua ni un gondolero. Es lo que tienen las bases militares, ya ven. Nos podemos encontrar un submarino sin bocina o con la bocina radiactiva, una bomba como un balón de Nivea, toda la ferralla que tiene la guerra creyendo que es un somier que han tirado y, cualquier día, una masacre que nos mate a nosotros a la vez que a las mojarras. De eso va la servidumbre militar, de eso va el alquilarle nuestro suelo y nuestra costa al vecino lelo de los tiritos. Luego, si nos cruzamos un submarino que llega tarde, le mandamos a un policía municipal en moto de agua para que abra paso. Ya ven cómo están intentado quitarle importancia al episodio. A ver a quién no le ha salido alguna vez un submarino nuclear por el desagüe del baño, con el capitán meándose. Nada, esto es otro deporte y otro velero con más prisa, tampoco va a salir Zapatero a protestar por esta tontería... No, no hay treguas, la guerra no se para y en el próximo partido de voley playa, que ahora se juega mucho porque hemos sido medallistas, nos aparecerá un helicóptero Apache o un batallón de boinas verdes que enterró jugando un sobrinito. Qué simpático, el nene. Pero que no se meta en lo hondo por si le sale un submarino en la digestión.

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