Hoy martes
Luis Miguel Fuentes

  19 de octubre de 2004

Juegos de ciencia

Pedro Duque es un poco como aquel relojero de El Cascanueces, con todo el Universo en el gorro y la ciencia de golosina. Pedro Duque, nuestro Flash Gordon, el héroe ingrávido, el gimnasta de la física, se reúne en el Parque de las Ciencias de Granada con unos escolares que quizá le preguntan si el sol tiene sonrisa y si los cometas se cepillan una melena de plata, como en los villancicos. El analfabetismo científico de nuestra sociedad, en realidad, nos convierte a todos en chiquillos. La cultura se supone que es otra cosa de bibliotecarios, poetas de la mousse, cuadros que se hacen con la fregona, y que la ciencia se equipara a fabricar lavadoras. Un maniquí ahorcado (aquello de “épater les bourgeois”, ay, es tan viejo) puede ser cultura pero un laboratorio les parece cosa de herreros. Me pregunto cuántos pensadores, intelectuales, filólogos, historiadores, artistas, cultos de profesión, podrían aprobar un cuestionario básico de astronomía o física. ¿Lo haría Carmen Calvo? Pero la discriminación intelectual de la ciencia es como si fuéramos por ahí con un hemisferio cerebral amputado. Recuerdo que una vez, a Carlos Dávila, le explicaba un entrevistado, un astrofísico, que las estrellas muy masivas consumen su combustible muy rápido y mueren antes. Carlos Dávila dijo entonces algo así como: “Ah, eso son las estrellas fugaces”. Mucho tiempo necesitaría Pedro Duque con Carlos Dávila, hablándole como los muñecos de Barrio Sésamo.

Cuando la ciencia sigue siendo un espiritismo iniciático, un espectáculo teatral sobre el mundo de las matemáticas creado por unos profesores sevillanos ha conseguido un premio nacional. La abstracción de la matemática, explicada con vectores que tienen manitas y funciones enamoradas de su variable. Estos trucos de mimo son necesarios en la lactancia científica en la que sigue la sociedad, que todavía se extraña de que los australianos no se caigan al vacío o lo mismo sigue creyendo que al planeta lo sostienen elefantes. Uno recuerda que le enseñaron el concepto de límite con la paradoja de Aquiles y la tortuga, y que un profesor de física se subió a la mesa para tirar una tiza y un borrador y demostrarnos que todos los objetos caen con la misma aceleración en un campo gravitatorio, sin importar su masa, mientras despreciemos el rozamiento con el aire, claro. Para entender universos con distintas dimensiones, todavía no hay nada mejor que leer la vida de Cuadrado en Flatland, deliciosa obra decimonónica de Edwin A. Abbot. Aún hay que explicar la ciencia como a niños, y en las ruedas de prensa de Pedro Duque, los colegiales se igualan a los presidentes de gobierno. Las ecuaciones de Maxwell son bellas y hasta boticellianas. Las varias teorías de cuerdas, casi surreales. Pero la cultura es otra cosa, y a Pedro Duque lo que le preguntan es cómo se mea en el espacio.

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