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26 de octubre de 2004 La cárcel
Están haciendo instrucción militar con las escobas, preparan la guerra de las ratas mientras nuestros choris se punzan las venas y sueñan que son Los Chichos. Me lo cuenta un funcionario de prisiones que ya va a su trabajo como a ver crecer la horca que nos espera. “La cárcel es suya, lo controlan todo, los trabajos, los trapicheos. Convierten la biblioteca en mezquita y echan a los demás. En el patio, se entrenan como una guerrilla. Los que dan más miedo son los argelinos. Son unos fanáticos. Nos duelen las manos de hacer escritos, de denunciar lo que está pasando, pero no nos hacen caso”. La cárcel quizá fue un día incluso romántica, con el Lute como un cristo con gallinas, con el Vaquilla como un cantautor. Sonaba a poema y al buen salvaje de Rousseau esa teoría de que es la injusticia social la que presta siempre la primera sirla, que el delincuente lo es por esta perra vida que asigna tan temprano sus puestos y te da el traje hecho. En este ternurismo, la cárcel era un poco ver la propia culpa de la sociedad en su desagüe y la desigualdad con sus filas de cazos. Ahora, cuando la globalización ha enredado las barbas de los diferentes dioses y la mitad con moscas del planeta pelea contra la otra mitad que desayuna en Tiffany's, lo que hay en el tigre del talego, donde ya no quedan dulces ladrones ni está Makinavaja triste como una puta triste, es la guerra de civilizaciones, entera. El barrio que da tironeros y el mundo que da un loco con explosivos en el culo, todo nos tiene que acabar en la cárcel para dejarnos el bodegón de lo que somos y lo que hemos hecho, mayormente mal. Es una necedad eso de que el terrorismo no tiene causa. No se puede analizar lo que está pasando quedándose en el motor inmóvil de Aristóteles. Que el terrorismo no tenga justificación no significa que no tenga causa. Desde la descolonización, todo lo ha hecho mal el orgulloso Occidente. Los lobos del mundo son nuestros hijos. El wahabismo viene del mismo jardín saudí en el que nuestra industria lubrica sus motores. La negra revolución iraní surgió contra una tiranía sostenida por el “mundo libre”, que era donde la esposa del sha compraba sus zapatos. El cinismo de la política exterior occidental creó toda una raza que está deseando reventarnos. Pero el pasado es inamovible. Hoy, en las cárceles de toda España, el odio crece con cada rancho, el integrismo islámico afila sus guadañas como medias lunas y ensaya degollando cucarachas. Hay misas de sangre tras las rejas, hay hambre del hombre blanco, que sabe a pan. Los ejércitos de Alá el misericordioso nos crecen en el estómago y quieren devolvernos a la Edad Media. Aquí, la cárcel la podrán fregotear todavía las autoridades. En el mundo desbalanceado que hemos ido haciendo, con una mitad siempre podrida, será bastante más difícil que la porra lo solucione todo. |