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2 de noviembre de 2004 Los colores del PP Un partido político es un color, como un sofá. Los estudiantes de diseño enseguida aprenden el significado de los colores como el significado de las flores, que es el lenguaje de los abanicos que nos hemos imaginado para el jardín. Antes que el proyecto, antes que la gente, hay que poner el color porque el símbolo siempre precede a la idea, y no al revés. El hombre quizá necesita aún el símbolo como un sonajero, y las almas quizá necesitan un color como aromaterapia. Dicen los que se inventan estas cosas que cada aura tiene su color, que es un poco hacernos pajarillos. De una gaviota a un colibrí, del azul oceánico a una cesta de frutas, el PP ha empezado por cambiar sus colores y luego los congresos han sido repartir rotuladores. Cambia el color, cambia Rajoy de aura y brilla entre naranjas como un lama. Había que mudarle la color a un muerto y que saliera una señorita que toca el virginal, oliendo a zumo. En Andalucía, además, se desplaza la espectrografía del partido, como si Newton hubiera movido su prisma. Se busca ahora un poco de color de la izquierda, que es un color de manos y de hierros, sobre el satén de la derecha. Arenas sabe que su partido aquí se parece más que otra cosa al facha que hace César Cadaval, que da color de féretro a caballo y de arcabuz. Arenas quiere hacer una revolución con los colores, como hicieron los impresionistas, y para eso hay que desdibujar los árboles, las sombrillas y las lunas de su partido, mirar toda Andalucía bajo un estanque que tiembla y que las farolas parezcan luciérnagas. Se ha dicho que la música de Debussy era como pasar a toda la orquesta por la niebla. También el impresionismo musical fue cambiar cómo sonaban los colores. No sabemos si el PP será capaz de esto en la política andaluza, pero le queda un trabajo de mirar mucho cómo brilla un membrillo contra el sol y llueve la noche con cielos chinescos. El PP naranja, como en el balneario de los colores, necesitará aquí otro matiz y a mucha gente pintando con las manos. El secreto están en los pueblos, donde el PP está retratado como un condeduque, que eso ya no se lleva. En el congreso regional todos eran azafatas con sus discursos de limonada. Pero la calle tiene otro color de agua sucia, que es el color que suele tener la realidad. El PP ya es naranja, y eso puede ser todo o nada. El PP cambia sus cortinas en Andalucía, las bóvedas de sus pabellones, las gafas de sus niñas pijas. Cambiar el color de la democracia sería otra cosa. Mientras el pueblo sólo pueda poner una equis con un pincel gordo, esto seguirá siendo sólo tenebrismo. Hoy, cuando escribo y escucho las campanas del día de los muertos, que traen color de un ahogado de bronce, no veo que haya cambiado el cielo. Todos los partidos siguen siendo negros, toda la democracia sigue siendo la acuarela de otros. |