Hoy martes
Luis Miguel Fuentes

  9 de noviembre de 2004

El troyano

Escribo con un troyano que acecha, que escucha los latidos de mi ordenador o de mí mismo y hasta acaba colándose en esta columna, que debería ir de otra cosa, de ese Versalles como de Mel Brooks que quieren hacerse en San Telmo, del centro vengador de Arenas, de la patera de Rota con los muertos más tristes y blancos del mar y de las administraciones, de una mujer con la cara quemada, pues el macho sigue matando cuando ama o amando cuando mata, igual que esos vampiros como pianistas de las películas. Pero la actualidad, la vida tienen hoy un avispero atravesado; hoy mi ordenador, esta columna o yo mismo podríamos acabar comidos como una cigarra, y escribe uno un poco póstumamente, como desde una empalizada que atacan, como desde una playa que se hunde. Si este artículo llega, habrá cruzado toda una guerra.

La tecnología es esa guapa que nos esclaviza. En esta mañana en que abro consolas, en que pregunto en los foros, en que tecleo largos conjuros para volver a hacer respirar a la máquina, casi concluyo que el hombre tecnológico es un hombre demediado, sostenido por alambres, algo así como un aguilucho resfriado. Vimos este verano que basta que se vaya un fusible, que alguien se quede dormido en una central eléctrica, para volver al siglo XIX, en el que no sabemos vivir. Un día la chica de ONO, un ángel que se aprendió unos pocos versos, te dice que tienes un troyano como si te anunciaran la muerte de un hijito, y que si además pusiste Linux porque aborreciste el chapucero Windows, no te pueden ayudar porque es como si hubieras elegido hablar en esperanto. Y el mundo se queda apagado, Internet sólo te devuelve las miradas, el trabajo del día parece como tener que trepar una cascada, la redacción queda lejana como un cometa y en la mañana sólo cruza una diligencia. Desconectado, el síndrome del hombre desconectado nos dice que somos un pulmón de plástico que quedó en otra habitación. Ya no se escribe en los cafés, ya no se suma de cabeza, sino que hace falta toda una marina de telefonistas, ingenieros, ajedrecistas, transistores, para poder levantarte de la cama. El troyano, el puto troyano me ha reducido a mi condición de pianola, que no sabía uno que era sólo eso. El troyano se come mi ancho de banda, como si me comiera ruidosamente una oreja, tortura a mi ordenador que es como un borriquillo. Pero ya es demasiado tarde para prescindir de la tecnología. Volver a la pluma o a la Underwood sería como volver al florete. Lo mataré o me quedará el troyano igual que una cojera, seremos incluso amigos. También Frankenstein llegó a querer a su monstruo. También las doncellas amaban a su vampiro.

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