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Los
días persiguiéndose |
17 de febrero de 2005 Europa Europa no es un lugar, sino una idea, y los humanos tenemos la tendencia o la debilidad de convertir las ideas en enamoramiento y hasta en persona, un poco como una bella dama lánguida que nos lleva en brazos. Ortega y Gasset, después de un viaje a Alemania en 1934, dijo algo así como que “el problema de los alemanes es que se embarcan en una idea como en un transatlántico”. Igual que ese transatlántico de Ortega, en el que pudieron muy bien navegar en su día Kant o Hegel, Europa es la flecha en la que nos hemos montado y no sabemos si viene de la mano de Ovidio, de Grecia, de Roma o de qué, pero la sentimos en el viento. En todo caso, es viejo pecado humano otorgar existencia a las categorías mentales. Ese trirreme de muchas gentes y siglos que nos imaginamos, con Platón y Bach y Napoleón y Leonardo, quizá nunca fue tal, pero la idea, catedral magnífica en la que solemos adorar más que nada a nuestra vanidad, ya está ahí, la pintan de azul, tiene burócratas en círculo y el domingo nos llama a comulgar. Podemos jugar a buscarle a Europa la genealogía, la esencia, el primer rey o el primer verso, pero como la Historia da para justificar casi todo, esto es sólo una distracción, un puzzle para una tarde de lluvia. Habrá quien vea Europa en la antigua Grecia, en el paso del mito a la episteme. Pero Mileto, donde nació Tales, estaba en Asia, y la filosofía no fue una naranja que nos creció en una gloriosa fertilidad europea, sino que más bien vino del roce con muchos desembarcados y extranjeros. Así, la semilla de Europa habría llegado en realidad de lejos. Habrá quien vea Europa ya en ese panhelenismo de Alejandro Magno, que llegó más allá de Babilonia y nos reafirmaría en eso de que Europa es un agua derramada que no se queda en su continente. Podemos tomar el Imperio Romano, las marcas carolingias, el Renacimiento, la Revolución Francesa o la democracia, pero uno concluiría que la imagen de Europa naciendo como Venus es una bella mentira, aunque quizá sea una mentira conveniente. Una idea, tan solo, con lo que volvemos al transatlántico de Ortega, que se ha hecho más grande. Aún no sé lo que haré el domingo, pero como donde vivo no dan premios a la participación igual que en Almería, puede que me quede en casa sintiéndome un poco rebelde y un poco sin afeitar. Si han leído la Constitución, sabrán que tiene dos primeras partes musicales y una tercera, la más gruesa, que es como un reglamento del bridge. Todo junto da una impresión de desafine y de mal intento de repartir la azotea del bloque. En ese salón de billar de los estados, los ciudadanos pintan poco o nada, y el Parlamento, que no puede hacer leyes, sólo hace calceta. Por otra parte, esta Constitución quizá sea lo máximo que pueda conseguirse ahora, y representa un contrapeso a USA (¿otra vez Atenas contra Esparta?). Ante la duda, pues, propongo ser prácticos. Este referéndum no es vinculante, sólo es un artificio para intentar dar legitimidad callejera a algo que en cualquier caso ratificará el Parlamento. Así pues, uno cree que el sí no hace nada, y el no votar, votar no, votar en blanco o dibujar en la papeleta un monigote, al menos les dice a los políticos que esta Constitución nos parece coja. Claro que puede que usted crea en ese trirreme de muchos barbudos que decíamos, o en la bella hija del rey Agénor, o en la Novena de Beethoven. Pero Beethoven componía mal para voz y el final de la Novena era ya un poco hortera hasta en su época. |