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Los
días persiguiéndose |
24 de febrero de 2005 Los dueños Los dueños de los noes, los dueños de los dormidos del pasado domingo... Es lo que tiene hacer una democracia de monosílabos: no sólo queda el pueblo repartido en unas pocas sacas sino que enseguida sale un propietario que reclama su montón como una herencia. Los políticos son capaces de adueñarse hasta de la no-política, quizá porque rechazar la política también es hacer política, como en aquel silogismo de Aristóteles sobre el filosofar. El fallo de este razonamiento estático, casi parmenidiano, está, claro, en que no es lo mismo hacer política que tragar con el adocenamiento y las filiaciones que nos ofrecen nuestros partidos, que es un menú escaso y poco alimenticio. Todavía no se han inventado papeletas que permitan comentarios al pie, y esto les hace a algunos ver en el sentido del voto o del no-voto todo un ejército con la trompeta del sí, con la dinamita del no, con el gorro de dormir de la abstención, que pueden echarse al bolsillo. Un problema de este sistema nuestro es que se ha perdido el matiz y el voto termina en una o en otra charca de ranas donde no hace más que unirse a un croar que ya había antes y que no es nuestra voz o es nuestra voz haciendo gárgaras. Anarquistones, gente sin despertador, fachas, abertzales, izquierdosos, legionarios de Cristo, habrán coincidido en su sílaba o en su silencio en el referéndum y esto no nos dice más que esta democracia se maneja con pocas letras y que hay más posturas que los botones que nos dan para pulsar. No hay dueños del no o del quedarse en casa, o hay demasiados, pero los políticos manejan ganancias y tanto personal en pantuflas les parece que tienen que terminar sumados en algún sitio. En este referéndum planeado como un picnic invernal, lo que ha ganado ha sido el frío de no salir, y este frío puede venir del que hace en las oficinas de Europa o en el propio ayuntamiento, de estar más calentito en una patria más elevada o más chica, más cristiana o más obrera que la que nos dejaba el librito azul, o de que se ha terminado el butano en casa, que eso no tiene nada que ver con la política. Los números dan para muchas trampas, pero en el 76'73% del 42'32% queda sólo el 32'47% de alegres domingueros europeístas, contra una mayoría que se tapó con la manta. Y esta mayoría no es de Carod-Rovira, ni de Llamazares, ni de los obispos que querían una Europa con la capilla puesta, ni es de La Moraleja ni del porro ni del resfriado. En todo caso, es una mayoría que no cabe en un titular y por eso ha quedado lo del triunfo del sí por ahorrar tinta y explicaciones. Estaba la idea del plebiscito a Zapatero; estaba la idea de la Europa de las mercancías, la que tiene mucho banco y poco Parlamento, la que no quieren los nacionalistas montunos o los chicos de la ruló o el coro parroquial; estaba la idea de que nos tomaban el pelo con un referéndum de plastilina, y así muchas otras actitudes y enfados ante la papeleta, que debería haber sido por lo menos un dodecaedro. El PSOE y el PP se echan encima y como a paletadas la abstención; las pequeñas y varias rebeldías piensan que por una vez han ganado como en una venganza de las hormiguitas, y todos se equivocan. Bien estaría que los políticos se dieran cuenta de que no son dueños de nada, y menos de tan corto abecedario. Mi abstención no se la doy a nadie. El domingo, fue tan mía y personal como una resaca. El whisky es que tampoco tiene, todavía, un partido. |