Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

10 de junio de 2005

Tom / Losantos

En las emisoras de radio, que son las panaderías de la noticia, es donde viven los últimos relojeros, evangelistas y agitadores. La televisión sólo da chistosos, el periódico llega tarde, muy pensado, hecho para envenenarse con el café como si metiera allí las manos el linotipista, y sólo la radio te levanta de la cama ya cabreado y ya en forma. El locutor radiofónico es ese sargento que te mete prisa, caña o miedo desde temprano, y la voz de la radio es el único periodismo de fuerza que queda cuando ya la gente no lee y en la tele sólo ponen guapos, tetas o coches que se despeñan. Los líderes de la mañana en la radio, los primeros que cabalgan y se desayunan rodajas de ministro, van metiéndole velocidad a la ciudad y convenciéndote, con una homilía que llega hasta el curro, de que nos invaden otra vez los marcianos o los moros.

Lo de Tom Martín Benítez con el vigilante que escuchaba a Jiménez Losantos no puede uno decir si es verdad o mentira, pero lo que sí es cierto es que todas las radios suenan desde el búnker de algún poder y que las antenas disparan contra el cielo o contra otro locutor igual que decía Gómez de la Serna que disparan los paraguas contra la lluvia. Tom Martín Benítez y Federico Jiménez Losantos nos ofrecen un duelo como de telefonistas, con o sin vigilante en medio, y hay en ellos toda la distancia de los estilos y las Españas en sus respectivos confesionarios o cabinas. Tom Martín Benítez hace una radio de partido que es un tiovivo feliz de consejeros, y donde la Junta siempre aparece como una madre sacando galletitas. Tom no habla para oyentes sino para hijos amorosos de Chaves, y de ahí su tono de mecedora o de embarazada, y el aspecto de intercomunicador para bebés, con forma de osito, que toma la radio sintonizándolo. Tom en su Andalucía Disney representa el infantilismo con bigote, la sumisión agradecida y una institucionalización del locutor que recuerda a los taurinismos y odas imperiales de otros tiempos, ya saben. Puede, no digo que no, que sea sincero reflejo de su ideología, pero en un medio público, ni por esto ni por lo acostumbrado parece menos inmoral y baboso.

Por su parte, Jiménez Losantos ha encontrado su sitio en una derecha dolida y tiene a sus parroquianos que le hacen cola como yendo a Medinaceli. Ha subido la audiencia y ha puesto un granulado propio en las mañanas con un estilo de apostilla, ironía y alguna gota de ricino. Gusta o no según el tendido, como es normal, pero ahí está la sagrada libertad, de eso precisamente se trata. Sin embargo, la diferencia que a uno le interesa entre estos dos madrugadores, Tom y Losantos, no está en el color o en las maneras, sino que en un caso una voz viene de un afán de uniformidad y adhesión que los poderes andaluces ejercen a través de un medio público, y en el otro de la libertad que en una cadena privada hay de aclararse la garganta con fuego o con todo un gobierno luciferino.

Tom y Jiménez Losantos, nos los tiene que traer juntos un currante, un gorrilla, con anécdota verdadera o falsa, para que comprobemos que en cualquier caso la radio hace púlpitos en la almohada y que siempre hay alguien que quiere que la otra España se quede sin transistor. El poder, asentado o perdido, da muchos gritones, represaliados, caricaturas y medias verdades que sabemos que son mentira. Por eso, yo prefiero despertarme con música, que es la única verdad eterna que me entra en ayunas.

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