Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

7 de julio de 2005

La travesía

El Estatuto parece que sólo es ya la carta de un viejo soldado y hay que quemarlo o cambiarlo porque la política quiere papeles nuevos para seguir haciendo lo de siempre. Hércules tiene unos calzones que ya no se llevan, aquellas páginas sólo remiten a canciones de Carlos Cano y huelen mucho a señores de la UCD, hemos cambiado de siglo aunque no de políticos y así hay toda una serie de razones de nostalgia o de oficina que a nuestros gobernantes les lleva a renovar el Estatuto como la máquina de coser. Sin embargo, si hay algo de lo que uno desconfía es de los libros mágicos que aparecen flotando como un cáliz y ya nos van a solucionar todos los problemas con el versículo definitivo, con las divinas palabras. A uno esto le parece política milagrera, aburrimiento de bibliotecarios y poner de nuevo los ojos de Andalucía en otro horizonte, en otro aplazamiento. En Andalucía, donde parece que todo está siempre por llegar, nos llevan de profecía en profecía y de duna en duna en una especie de eterna travesía del desierto con un cristal pintado al fondo, ante el que tampoco haremos nada sino aplastar las narices graciosamente. Esto no es política, sino senderismo; esto no es reforma, sino greguería. Cambiar el Estatuto llevará lo que levantar una catedral, dará para debates, referendos, pintores de cámara, pero luego nos encontraremos con la misma Andalucía esperando otra vez el futuro como el próximo transatlántico.

Si la política decepciona o falla es porque se está alejando cada vez más del ciudadano y no porque le falten libros o éstos estén flacos, antiguos o tengan mala prosa. Uno se atrevería aquí a poner un símil matemático. Una mala geometría no se corrige añadiendo nuevos teoremas que son polvo sobre polvo, sino volviendo a la raíz, al axioma, quizá a la misma definición de democracia o de autonomía como a la definición del punto. Esta autonomía de principios coplistas y paisajísticos hemos visto que sólo nos da dado una élite duplicada, un poder comodón, el clientelismo como religión y el barbecho como acción política. Preveo una reforma del Estatuto que añadirá instituciones escultóricas y más simbolismos de la patria, para que el ciudadano crea que vuela sobre el águila de su Pueblo o su Cultura, pero que en realidad hará un poder cada vez más monolítico, de manos más largas y sucias, para el que “mayor autogobierno” significará “yo manejaré todo el dinero”, y que intentará que ni siquiera la Justicia escape de su control (ya hemos oído al PA pidiendo una “Justicia federalizada” o algo así). O sea, rematar el concepto de autonomía como gran cortijo de sus dueños, mientras a la gente se le vende la nueva rubiez del viejo Hércules diciendo que eso es libertad y aire puro.

Lo dejó escrito Maquiavelo, que tiene bastante más sabiduría que su adjetivo, tan mal puesto. Así tituló una de las partes del Libro I de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio: “El pueblo muchas veces desea su ruina, engañado por una falsa especie de bien, y cómo se le conmueve fácilmente con grandes esperanzas y arriesgadas promesas”. Nos conducen con espejismos. La reforma del Estatuto no debería ser una prioridad. Cambiar la política actual desde su base, sí. Pero eso no lo harán. Chaves hace ahora reuniones con escorpiones. Todos saben muy bien cómo dejarnos para siempre en esta travesía del desierto.

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