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Los
días persiguiéndose |
1 de septiembre de 2005 El viaje El viaje, la búsqueda, “quest” que dicen algunos anglosajones por ponerle nombre de submarino, es uno de los argumentos eternos de la literatura, del arte, del mito, quizá porque no hay metáfora más exacta de la vida humana. El viaje primordial, siempre iniciático, el descenso a los infiernos, la lucha con los monstruos, Eneas, Ulises, Orfeo, toda la cabalgata de los dioses solares, buscando los círculos de la vida y de la muerte, buscándonos a nosotros mismos. La semana pasada, hablando de Dan Brown y de ese Da Vinci suyo para lectores de horóscopos, no tuve espacio para mencionar que el Santo Grial, igual que la Piedra Filosofal, no es esa mercancía de contrabando que nos cuentan, ni la fórmula para convertir nada en carne, sangre u oro, sino otro de los muchos símbolos en los que se ha solidificado esa búsqueda fundamental de uno mismo. El temet nosce o nosce te ipsum, “conócete a ti mismo”, el primer lema de Apolo (vean, otro dios-sol), que en el Oráculo de Delfos no estaba en latín, claro. Buscando este Grial llevamos toda la Historia, pero quizá ya lo confundimos con ofertas de compañías aéreas. “Ah, ¿pero usted todavía viaja?”, es una frase que me parece que se le atribuye a Françoise Sagan, y puede que sea suya de verdad, pues esta desganada sabiduría de la Sagan hace juego con la tristeza con la que saludaba a las mañanas. Cuando el mundo es uno mismo como un vasto Mediterráneo, viajar es una vulgaridad o una redundancia, y lo que era tarea de héroes en los mitos, puede llegar a ser cargar con una manta mojada por los hoteles. Dándoles la vuelta a los héroes y a sus viajes iniciáticos, lo que nos queda es un concejal. El concejal viaja por la propia inercia de su ignorancia, por su falsa escala del planeta y del dinero y por aprovechar la maleta. Cree que las cosas más lejos son también más importantes, piensa que va a encontrar su filiación o su brigadismo en una caverna originaria, todavía peregrina como el que no dio aún con su dios. Esta es una de las explicaciones, que uno ve incluso más irritante que la otra, la de las vacaciones pagadas, la de la simple cara dura. Entre una izquierda que va a buscar el espíritu de la juventud comulgándose a sí mismo en una plaza extranjera y esa satisfacción tan antigua de que el dinero público te pague aventura, porteador y caprichos, no sé que interpretación deja a estos concejales viajeros en peor lugar. Los casos de Córdoba o de Sevilla son, una vez más, mucho dinero tirado al mar para encontrar sólo una sabiduría de turista. Pero el oficio del político consiste precisamente en confundir el interés público con el propio o con el de su basca, sea mochilera o no, y todavía quedar homérico. Por eso, siempre, con Fitur, Finlandia, Japón, Cuba o Venezuela, nos dirán que lo suyo ha sido una valiente visita al dios de la montaña para salvar la aldea. Otra vez la misión del héroe. “Háblame, Musa, de aquel político de multiforme ingenio que anduvo peregrinando larguísimo tiempo, conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por el Ponto...”. Y la Musa pasó las facturas, y el pueblo pagó contento, y los concejales que nunca dimiten no trajeron el Grial ni la Rama Dorada, sino los muslos morenos y un cenicero de recuerdo. |