ZOOM · Luis Miguel Fuentes |
La contaminación creíamos que era cosa de industrias sucias, de la sudoración del dinero y su minería, de petroleros a los que se les abre la cintura de hierro con el filo de una ola y se quedan luego quietos y sangrantes como un cachalote apuñalado. Pero en realidad lo que contamina es una alemana gorda en la playa, que espanta a los peces y desbarajusta todo el equilibrio marino, o el chancleteo de los guiris estrujando la sinceridad de una lagartija españolísima, o esa excursión que deja los maceteros con la pincelada pop de una lata de cerveza. En Baleares se han dado cuenta y han aprobado una ecotasa para gravar todas las cochinaditas de los turistas, que van desgastando blandamente la naturaleza con esa despreocupación terca que tienen los extranjeros y las manadas. Esto de la ecotasa viene muy bien para la estrategia de “confrontación” de alguna que otra autonomía (Chaves ya está tomando nota), porque es embestir a Madrid con el ejército virgen y limpio de la naturaleza, que lo verde viste mucho de progresía y de humanidad. Lo verde, ya se sabe, es además lo contrario del centralismo. Ahora que el Gobierno prepara un recurso ante el Constitucional, lo mismo van a empezar a decir que a Aznar y a su equipo no les gusta la medida porque andan también de guarros por los hoteles y los cámpings, y tiran chocolatinas a los estanques y les gusta fusilar animalillos autóctonos a chinazos. Más ahora, que Aznar vuelve a su turismo de naturaleza, a dormitar en el silencio pajaril de Doñana, a mezclarse con la levedad asustadiza de los patos, y se trae helicópteros, elefantes y todoterrenos que manchan velozmente de hierro y pisotones los pinos del Coto, esos pinos que hace tiempo que ya no lloran despidiendo a las carretas, sino más bien cuando se acerca la horda de romeros a hacer el París-Dakar por las dunas del Parque, a ganarse el Cielo con la penitencia urgente de un tramo cronometrado. Aznar se va a Doñana, que es su monasterio de naturaleza, su isla de los Mares del Sur, como antes iba Felipe González, que ya, sin el Poder, puede ir diciendo aquello que escribió Salvatore Quasimodo, “più nessuno mi porterà nel sud”, “ya nadie me llevará al sur”, frase que le dio a Vázquez Montalbán aquella novela con premiazo y que a González le da epitafio, un epitafio adelantado como el que suele acompañar a todos los vencidos. Aznar viene en camisa a remover la arena del Coto, a despertar a los cervatillos y a revolucionar Bajoguía, y estoy seguro de que saltará Chaves de un momento a otro a pedirle toda la deuda histórica en calderilla de ecotasas. Lo malo es que, con una ecotasa por Bajoguía, habría que subir por lo menos veinte duros la barcaza de Cristóbal y el exquisito arroz con langostinos de Casa Juan, y hasta tendríamos que pagar por ver los catavinos con que brindaron Aznar y Blair, que ya son patrimonio histórico de Sanlúcar. Aznar pasa a Doñana con algo de explorador japonés, justo cuando se barrunta el maremoto de la ecotasa, y es cosa de poca vista. Tiempo le faltará a Chaves para querer imitar a los de Baleares y ponerle ecotasa a todo el cortejo presidencial y, de paso, a todos los de por aquí. Manzanilla, langostinos, playa, verdores y brisas del Coto que nos querrán subir algún euro, que por lo visto las cáscaras de marisco en Bajoguía y los mendrugos que echan los bañistas a los jabalíes de la Otra Banda contaminan una jartá. Vamos, que lo de Aznalcóllar es nada al lado de las colillas de los escoltas y la masacre que hacen en el litoral con sus castillitos de arena los niños de los forasteros. A Boliden, a ésos si que habría que ponerles todas las ecotasas del mundo, más el IVA de la poca vergüenza. Pero ahí, claro, Chaves no se va a meter. Eso no da para confrontación, si lo sabrá él. |