Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

22 de diciembre de 2005

Kurtura

En latín, cultura era el cultivo de la tierra, y sólo como metáfora, “el cultivo de lo humano”, empezó a usarse como sinónimo de civilización, lo opuesto a la barbarie. El Romanticismo, que piensa uno que fue volver a traer en una nueva rosa la primera superstición del hombre, es decir, la división entre lo material y lo espiritual tomando partido por la superioridad de lo segundo, distinguió entre cultura y civilización por dejar separado lo intelectual de sus aperos tecnológicos o económicos. De esta concepción hemos heredado, por ejemplo, la discriminación de la ciencia en el humanismo y en las bibliotecas del señor culto, como si fuera una herrería enfrentada a los poetas. Pero en realidad cultura es todo lo que hace el hombre, y se puede discutir si esto se convierte en civilización añadiéndole un derecho, una política, una fábrica o una dimensión moral, o si se convierte en arte añadiéndole el gaseoso concepto de valor estético. El caso es que hay manifestaciones culturales que nada tienen que ver con la civilización o con el arte, y aquí podemos poner la ablación clitórica o los coros rocieros. Pero esto son sólo definiciones, y las que mandan en nuestros tiempos quizá son otras: cultura es lo que se vende o se compra como tal. O mejor: cultura es aquello que aparece retratado al lado de Carmen Calvo.

Carmen Calvo sale en los guiñoles de la tele como una mariposilla ceceante, andaluza con lirismo de arpa o de anuncio de compresa, con los ojos vueltos hacia esa primavera machacada que son las flores en los libros. Pero en la Red de los canallas se recopilan sus pifias y la llaman ministra de Kurtura. Es capaz de confundir el latín con el gato gitano y de dejar impresa en la revista Rolling Stone esta joya: "Un concierto de rock en español hace más por el castellano que el Instituto Cervantes". Carmen Calvo se retrata ahora junto a Mägo de Oz, que hacen un rock flojo con una estética mezcla de Tino Casal y de Camela frente a la que hasta los horteras de Whitesnake parecerían finos. Pero es que la ministra es muy heavy y dice incluso que le gusta Metallica, grupo aborrecido por todo buen rockero por pachanguero y niñato, con lo que quizá nos quiere decir que le gusta cualquier cosa, o no le gusta nada, o no sabe lo que le gusta, o no sabe de lo que habla.

Carmen Calvo se viste de rockera después de vestirse de maja o de lagarterana, porque la cultura para ella es un fondo de armario, es un top forty o es el santo que toca ese día en el calendario. Eso de querer ser cervantina, operística, cubista, heavy, todo a la vez, le ha dado un estilo difuso, ñoño, intercambiable, cameístico, en el que un guitarreo, un picasso o una bicicleta dada la vuelta merecen el mismo discurso con varias faldas. La cultura que nos enseña es una cultura pasada por un aplastamiento o por una ponchera, una cultura que acaba sabiendo toda igual, como a glutamato, y así los filósofos con los grafiteros y las sopranos con los de la batukada nos dan ese caldo de decadencia y falso igualitarismo, mientras el arte muere, la literatura se compra al peso y las universidades tienen que empezar por la primera cartilla. Carmen Calvo, con su cultura de Súper Pop, ya ha rebajado todo al póster, al colegueo, a la adolescencia. Otro día andará de romancero, de ready made, de cavadora de la memoria histórica. Sí, cultura es todo lo que hace el hombre. Lo que hace Carmen Calvo es kurtura, o sea, cualquier cosa que acabe en cóctel o en foto, valga para un museo o para un porrito.

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