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Los
días persiguiéndose |
2 de marzo de 2006 Celebrar el verde El verde, lo verde, Andalucía es una fruta, Andalucía es un vestidito de hojas, Andalucía es un tónico para una digestión sentimental y es verde como una salsa o un humo verdes. Las campañas institucionales, el discurso de la presidenta del Parlamento andaluz, el decorado del Teatro de la Maestranza, todo estaba hecho de un mineral de verde porque se trataba de celebrar este color más que otra cosa. Hay por lo visto alegría y oxígeno en el verde, que le pone hazañas de cazadores o de palomas a nuestra historia y nos deja un frío íntimo en los dientes. El verde, un cielo se nos enciende con el verde, un acuario que somos nos vive con el verde como un camaleón de la infancia. De las esencias se pasa a las patrias, de las patrias a las banderas, de las banderas a sus colores, y cuando todo se ha descamado en verde es que ya hemos llegado al satinado de los símbolos como objetivo de la política y de la autonomía. Lo último es una chapa o costra verde, como el galápago que nos representa, como el egrégor de un dragón despellejado. Todo el 28-F era la respiración de un verde universal como en un planeta de quirófanos. Sobre este caramelo edifican una fiesta, un orgullo, un roneo y hasta una moda, pero al final sólo están pintando en verde, y eso es poca cosa para llenar toda nuestra política. Celebraron, pues, el verde, un color como un panteísmo, pero Andalucía es otra cosa más terriza y menos dentífrica. Los políticos, sin embargo, nos tienen acostumbrados a este ir desplazando lo concreto, las realidades, los problemas, hacia símbolos vaporizados unos de otros y que terminan en algo así como la paleta de colores de los sueños, ante la que ya no caben argumentos porque sería como intentar refutar un perfume con la lógica. Ése es su juego: se empieza por identificar la libertad con una fecha, una fecha con un libro, un libro con un triunfo, un triunfo con un partido, un partido con toda Andalucía, toda Andalucía con un color, y en este proceso de escayolado se nos ha perdido, casi sin darnos cuenta, todo lo que importa, para a cambio tener mascotas, sabores, estatuas, fiestas de guardar. Las supuestas modernizaciones que nos traen como duchas que hacen falta, o este nuevo Estatuto que es un sol pintado, son esto mismo. Es la política performativa: la enunciación crea la verdad (la terminología me parece que es de John L. Austin, de su teoría de los actos). El Estatuto es la prosperidad, es el futuro, es la culminación de todas las expectativas, simplemente porque se ha declarado así, igual que un cura declara casada a la pareja (este ejemplo para explicar el “acto performativo” es de Michel Onfray). Luego, ya sólo queda celebrar la gesta con algo esculpido, sin que en realidad haya sucedido nada heroico ni útil, ni siquiera verdadero. El verde, he empezado con el verde porque en ese zumo que nos dan se ve muy bien la trampa de los políticos. Qué se podría decir contra el verde, contra el espíritu andaluz así transubstanciado, contra la libertad, la lucha del pueblo, contra todo eso que nos dicen que celebraban el otro día, sin parecer que está uno matando gorrioncillos... Pero Andalucía sigue pobre, inculta y cenicienta. Celebraron el verde, y eso no es celebrar nada. |