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Los
días persiguiéndose |
30 de marzo de 2006 Todo tarde No hay policías ni lavadoras para todo lo que pasa en los ayuntamientos, que son la primera oficina de la corrupción, el primer teléfono que se aprenden los tunantes, los advenedizos, los peñistas que terminan convertidos en hombres de negocios. En este país de solares, techos de lata y selvas por arrancar, los ayuntamientos y los constructores han creado juntos la casta del pelotazo, la de los especuladores, los comisionistas, los trinchadores, sobre cuyo dinero cateto crecen todas las farolas municipales. Cuando un día se colapse el boom inmobiliario, descubriremos que no hay mucho más aquí aparte de esas griferías, y entonces las grúas serán como horcas. No, no hay jueces ni lanzallamas para todo lo que pasa en los ayuntamientos, esas tiendas de chaquetas donde los concejales se hacen ferrallistas y la política es una tapadera. Ahora han entrado en Marbella, la gran Babilonia, el váter más blanco de España, el jardín con flores de mierda como gramófonos. Han entrado como unos bomberos llegando tarde, pero han entrado. Bien, ya sólo les quedan casi todos los demás ayuntamientos. Pero quizá no haya suficiente funcionariado ni látex para eso. A Marbella, un poco monegasca, un poco rusa, un poco siciliana, un poco romera, un poco serrallo y un poco relojería, la han descrito como la política-casino, pero el casino es cosa de valientes, de los que llegan todavía con uñas a la última mesa del Texas hold'em, que es el montañismo del póker porque deja los dedos congelados. Marbella sólo ha atinado a dar el tipo binguista, que es lo que parecen todos sus alcaldes desde Gil, y más esta Marisol Yagüe, con sus bolsos y anillos de pantera. Los binguistas con medallón o con pistola convirtieron Marbella en un negocio de solerías, domingueros y sobres, pero los escándalos se perdían por los tribunales, los papeles se los comía alguien igual que el perro de nuestra infancia se comía la tarea del colegio, y así se fue volcanizando una Isla de la Tortuga, un territorio pirata, en el que parecía que la Justicia no llegaba con sus cañones. Quizá realmente Jesús Gil fue útil para Felipe González, quizá Marbella daba esquilmo para muchos, quizá interesaba esa noria junto al mar. Uno no se termina de explicar lo que han tardado las lecheras de la policía, las leyes de la Junta, las fotocopiadoras de los juzgados, en ir entrando a saco en Marbella, de manera que Jesús Gil iba de un conflicto de caballos a otro de gimnastas, de un pleito por una plazoleta a otro por una estatua, pero el Ayuntamiento seguía fabricando su chocolate blanco, los ediles rotaban y entraban bigotones, marujas, peristas, mequetrefes, comprados, y la corrupción ya bien aperlada y los pelotazos de piscina no cesaban, sin tiempo para secarse. Todo tarde y todo con la mano floja. Y cuando se habla de la disolución siempre aparece un inconveniente, una mala hora para eso, un nuevo abogado con gafas. Mi diablillo del hombro me susurra el nombre de Paulino Plata, que quizá ahora podrá llegar entre nubes, pero no sé si hacerle mucho caso. Todo tarde, y seguimos sin saber de qué relojes estaban pendientes. La “gran operación” contra la corrupción podría haber llegado mucho antes, sin esperar al día de un eclipse. Pero lo que falta, los demás ayuntamientos en los que ya no quedan inocentes, no sé si los veremos un día desalojados para fumigar. Quizá no haya para eso ni tropa ni ganas. |