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Los
días persiguiéndose |
13 de abril de 2006 Ave verum corpus Era como la muerte en su silla o en su jarrón, era como la muerte que bajaba con ruedas las cuestas, y me daba un miedo de telas por la cara, de dedos en la nuca, de esos ojos de los cuadros. Una muerte como ropa tendida, una muerte con armadura blanca, una muerte que se fue arrodillando sobre el mármol como si sólo así se contagiase la verdadera muerte, y que venía de lejos en su barca, con velas de pañuelos o de muslos, para mirarme, para aterrorizarme, para darme frío, para besarme como una madre que besa las calaveras de todos sus hijos. Me daba miedo, aquella piedad de Viernes Santo, aquella muerte tumbada ya en su espejo que iba a tu encuentro en un pasillo, me daba más miedo que los crucificados, que eran una muerte que todavía quería trepar o escaparse, que aún estaba ardiendo y se esforzaba. Me daba miedo y la miraba, cómo llegaba y dejaba caer sus brazos sobre mí, sobre ese chiquillo que era yo, fascinado y asustado como por caballos bellos y fantasmales, y luego quedaba rozado, sobrevivido, perfumado de un agua de muerte, blancura y valentía. Ya no la miro, esa procesión de mi pueblo, Las Angustias, que yo llevaba toda la Semana Santa temiendo y convocando. Esa muerte ya sólo me toca los recuerdos, he crecido y he comprendido. Por mi lado pasan las almas apagadas de los candelabros. Un dios de pan y madera viene a Andalucía, un cuerpo comido por sus hijos llama a sus viudas, una sangre dulce hace de la luna una lanza. Sabe a hierro la noche, sabe a cereza la muerte, el hombre mata a sus dioses con la cara tapada y le echa oro sobre el pelo, vino sobre la frente, fuego sobre la espalda. Las madres son novias, los ojos son clavos, la piedra sufre como la piedra, la carne cruje como una columna y con el dolor del hombre siguen haciendo los dioses su cena. El Sol y la Tierra, Osiris e Isis, son barriles que saca el pueblo, son ruecas armadas en la calle. Ese cuerpo verdadero que nace y muere con las cosechas está emparedado en las calles, está sacrificado en las leñeras, está hecho capitán por los soldados y está hecho rey por sus nutricias. Hay misterios, traiciones, victorias, pisadas, rejas en su honor; hay música, partos, puñales, escalones, dogmas, sastres recordándolo. Un dios que peina el pueblo, un cuerpo que maceran las abejas, una astilla que prende las almas, una ceniza que cae por los brazos, un ángel que trepa por la cabeza. Belleza, tradición, pánico, invención, cultura... La muerte tiene ahora todas las posturas y todos los nombres. Por los pueblos de Andalucía pasa el cofre por enterrar de lo callado. Hace tiempo que comprendí, que me libré de esas orondas falsedades construidas por nuestra debilidad o cobardía, y ya no me dan miedo ni esperanza las estatuas que mueren por los ojos. Temo y espero del Hombre, de su caverna y de su luz, de su ceguera y de su valor. Salve, cuerpo verdadero del Hombre que teme todo, que busca todo, que mata y vivifica todo. Da tus hermosas mentiras y tu ciencia dolorosa, haz tu surco con las manos y continúa. Aún no ha terminado la noche y tiembla el azul de lo oscuro como un párpado. |