ZOOM · Luis Miguel Fuentes |
El PA va perdiendo diputados, prebostes, mecanógrafas, tiene ya un hondón de oficina desmantelada o de mercería que se traspasa, y sólo queda un contable viejo en la trastienda y un señor que barre entre los gatos, silbando, y que echa a las visitas. El andalucismo quería ser el espíritu de Blas Infante, pero se ha visto que, entre adulteraciones y tribus, no es más que su estatua de ángel en la cornisa, que se cae ahora con una gravedad de piedra y santidad hacia el coro duro de la acera. Todo el PA en su desmoronamiento de acueducto del barrio, la catástrofe vecinal de una azotea que se hunde igual que los pisos de Álvarez del Manzano, al que ahora también se le derrumba la ciudad por debajo y se le queda la M-30 igual que la A-92 pero sin lo feo de la “provincia”, lo que consuela mucho al maestro Umbral. El PA iba sobreviviendo a base de consejerías supletorias, alcaldías con generalato y okupas de despacho, haciendo una política segundona y regateadora, pero se le marcha el personal a la grada de los solitarios del Parlamento o a prepararse la oposición a Correos que dejaron. Son los descontentos, los agraviados y los perdidos, los que no tienen sitio o chófer y se mosquean y se van como un noviete cornudo a tirar piedras al río y a conspirar con las farolas. Es lo que ocurre cuando, al perfil caníbal que tienen de por sí los nacionalismos, se le suma la concepción de la política como mercadotecnia y patrocinio: no puede acabar la cosa sino con la purga lenta de hombres sin causa y la bronca goyesca entre diputados en la alfombra del pasillo. Es esto lo que nos ha ido ofreciendo el PA, una fiesta de sangre hermana, un ahorcamiento silencioso de acreedores convecinos y un orfeón de cuñados muertos detrás de las cortinas. El PA, lo hemos dicho aquí alguna vez, es ya un partido sin ideología, sin más fondo que sus añoranzas pastoriles, que ha acabado convirtiéndose a la religión segura de la burocracia, de las componendas y los saldos, y así se le va la gente como vendedores aburridos o estafados. No muy diferente será el PSA, que nació con los mismos muñones y los mismos mitos y querrá vivir también del cimbreo entre los grandes, a la espera de apañar un pacto y de enchufar a la sobrina. Ricardo Chamorro, el último golondrino fugado, dice que el PA es un partido inhumano que no puede representar a un pueblo tan noble. Pero el PA nunca ha representado a este pueblo, sino que ellos se inventaron su cortijo de folclor y alegres rebaños y ahí querían meternos a todos, en el topicazo y en las vaguedades de la cosa andalucista, en su teología de lo andaluz como una cosmogonía de camperos. Chamorro habla de la inhumanidad del PA, lo que le pone a él, de inmediato, como paradigma de lo humano, y uno tiene que dudar de tanta beldad de alma del político. Más bien será que, como Pacheco, no alcanzaba lo que creía merecer, o no le dejaban mandar lo que esperaba, que es por esto por lo que se suelen fastidiar las finas contradanzas de la política. Ahora que Chamorro se va al palco de los tristes del Parlamento, a ser independiente y huraño como el lobo estepario de las Cinco Llagas, ahora que el PA se desintegra o se digiere a sí mismo como dice él en acertada imagen, el PSOE se tambalea con la pata quebrada, justo de mayorías, y tendrá que ir mirando si le queda algún diputado en el váter antes de las votaciones, por si acaso. Mientras, en las mancomunidades, diputaciones y ayuntamientos, empieza una caza de pachequistas como de gallinas gritonas. Pero cuidado, que las desintegraciones y los derrumbes son contagiosos, y aquí hay muchos con una viga podrida amenazándoles como un cataclismo alto, temblón y justiciero. |