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Los
días persiguiéndose |
18 de mayo de 2006 Los ríos Los ríos eran los versos de los mapas, los señores más serios y soldados de la clase, los verdaderos godos de la España verde y amarilla, siempre como mal llovida o mal repartida, que yo veía colgada de las paredes de mi colegio, hechas para trencas, paraguas, esqueletos y grifos. Por los ríos pasaba la salud del país, como llevando a los cereales y a las vacas; por los ríos descansaban como santuarios las batallas y los misterios (nos hablaban de los Ojos del Guadiana como del milagro hispánico del Mar Rojo); por los ríos salían civilizaciones con la lanza mojada y los palacios limpios; por los ríos llegábamos ya de niños a tener algo así como el conocimiento sabio de las águilas. Los ríos, esas manadas de cimarrones que cruzaban eternamente España salpicándola, entonces no nos imaginábamos que podían tener un dueño o que los iban a meter en botellas. En los mapas que nos ponía en clase la señorita Blanca, que era grandona, buena y fina como una confitera que vino de Logroño, o estaban las provincias o estaban los ríos y sus cordilleras como cejas, de manera que nos creíamos que la España regional estaba realmente por debajo o por encima de la España física igual que en los mapas transparentes que nos vendían por pocos duros. Ahora, parece que los ríos no nacen en las cuevas, ni en un animal que bebe, ni en las lágrimas de un antiguo moro, sino en los despachos de unos señores sin cartabón y sin escuela. Es una manera como otra cualquiera de acabar con la niñez y con la geografía, de tirarnos definitivamente a la papelera aquellos mapas que hace mucho que no sirven, pues ya no hay Castilla la Nueva ni a lo mejor tampoco puntos cardinales, que eran un poco fachas. Los políticos, en esa pelea suya como de piscina, están ahora con los ríos como cubazos que se tiran a la cabeza. Quieren ponerles sus portones y sus fronteras o quieren dejarles meter el pie en la laguna de siempre de la región vecina. Nos hemos descubierto muertos de sed o nos hemos descubierto piragüistas, o es que en este repartimiento de los valles y de los nidos de pájaros del país han visto en los ríos otra bandera que nos hace más guapos como el pelo mojado. Cree uno que es más bien esto último, que se trata de buscar los agarres y las fuentes de las nuevas naciones que van apareciendo flotantes, más todo el trabajo y literatura secretaria que les puede dar una cosa tan ancha como un río. Un río para nosotros solos da para muchos barrenderos, para muchos organismos de aguadores y desaguadores, para muchos inspectores de verdinas y otros cargos que se inventarán con fresco en las pantorrillas. Además, el nuevo diseño del país parece que requiere estos tajos decididos, que entre las regiones o nacionalidades haya por lo menos una catarata, porque cuando uno pasa de Andalucía a Murcia, no se ve que cambien las estaciones ni las horas. Las realidades nacionales deben tener su río, ya que no podemos tirar de las nubes con cuerdas hacia nosotros. Cada nación con su íntima sed o cosecha... Si vamos hacia esto, hay que meter a los ríos y volcarlos hacia nuestro lado, y ya estaremos de nuevo en el patriotismo como en una playa. El Guadalquivir es la gitana que nos moja con sus ojos cuando va a llenar el cántaro, y a ver quién es el mal andaluz que lo niega. Por eso la estrategia del PP parece que nos quiera dejar sin novia y sin ducha. Pero lo que pasa es que los ríos, con sus minas que no tienen, con su Egipto que no traen, se los van a beber los políticos y lo que sobre irá a la demagogia o a la manguera. |