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Los
días persiguiéndose |
15 de junio de 2006 El electricista sentimental Recuerdo que Julián Álvarez me parecía al principio como el electricista que había llamado el andalucismo, que tenía por entonces mucho cable pelado y mucho gato electrocutado por quitar de los sótanos. Julián Álvarez tiene en verdad cara y manos de electricista, pero un operario que se vuelve sentimental y empieza a hacer esculturas y melancolía con sus destornilladores ya no sirve para mucho. Yo nunca podré estar cerca de ninguna ideología nacionalista, pero sin embargo reconozco que, dentro de ese otro “patriotismo constitucional”, sin folclores y lúcidamente cívico, que de vez en cuando reivindico, me parecía interesante un partido que no estuviera condicionado por los intereses tan movedizos y militares de la política nacional. Los grandes partidos siempre están con sus cuentas de cómo coser o descoser España por los picos, de cómo equilibrar una autonomía gorda con otra flaca, de cómo encerar el damero para que corran mejor sus alfiles electorales. Andalucía, explotada durante toda una era por los señoritos de la bota y luego otra por los señoritos de la rosa, se merecía unas siglas que miraran por su progreso y que no se contentaran con ser lacayo o saboteador del gobierno que tocara en Madrid. Pero enseguida este nuevo PA se colgó banderitas, poemarios y hojas de lechuga, se puso a labrar frontispicios nacionales y a hacer espiritismo identitario con una pipa de agua. Julián Álvarez se nos quedó en electricista sentimental, un poco como Pimentel se nos quedó en hada madrina naufragada. Desde entonces, las apariciones del líder del PA me parecen cada vez más ñoñas o cantarinas, como si al andalucismo sólo le hablaran los pájaros de escayola de los patios andaluces, susurrándole la belleza de nuestro cielo y de nuestros pozos, que sólo separa un espejo. Julián Álvarez pide una nación como una tarta, o pide, como hizo el otro día con traje de verano, “una ley integral para el ocio de los jóvenes”. Lo que le traen sus avecillas andaluzas o sus mozas de ir a por agua clara son estas levedades y estas cosas de merendola que uno ve tan lejos de la gran política, de los problemas realmente macizos que tenemos. Andalucía desempleada, desindustrializada, sin centros de decisión económicos; Andalucía dependiente, supeditada, subvencionada y en barbecho. Y sin embargo es en una estatua épica o en un bebedero para el andaluz y sus hijos noctívagos en lo que le vemos más entretenido, serio, filosofante, abanderado. Una “ley integral para el ocio de los jóvenes”... Quizá el brutal intervencionismo que nos traen los nuevos estatutos autonómicos debería llegar a los llaveros con abridor, a los juegos reunidos y a la Play Station. Me imagino una enmienda del PA reclamando “las competencias exclusivas en materia de conocimiento, promoción, aprovechamiento, programación y disfrute de juergas, guateques, borracheras, barbacoas, ligues, chats, timbas, billares y matamarcianos”. Julián Álvarez, su andalucismo con cestillo, como una Caperucita, me va decepcionando cada vez más o es que lo cojo siempre en la tontería del día. El electricista sentimental, unas manos que pudieron ser eficaces y que terminaron en dedos porrones para llevar ramos de novia. Así, ni se puede arreglar nada ni se toca bien el piano de las señoritas acompañantes de Blas Infante. |