El Mundo Andalucía

Hoy jueves
Luis Miguel Fuentes

3 de agosto de 2006

Colón y los muertos

En este país que se caga en sus muertos o los beatifica, donde la gente de domingo pasea por los cementerios como entre bomboneras o pisa huesos de milicianos repartidos entre los de ovejas; en este país, ahora que está de moda sacar a los fantasmas de su cal igual que a señoritas de la ducha, hemos devuelto a un difunto ilustre a su carroza, hemos sentado el culo de piedra de la Historia y nos hemos dado cuenta de que es el único enterrado que no ha protestado, que no tiene cuentas pendientes ni lo quieren los partidos políticos para sus aquelarres por la España del chivo o la de las monjas legionarias. Los análisis de ADN, que descubren a los estranguladores pero no a los mangantes de los maletines, parece que han confirmado que es en verdad Cristóbal Colón el que descansa en la Catedral de Sevilla como toda una estirpe de elefantes. El ambicioso Colón, que tergiversó o equivocó el tamaño del planeta que ya en el siglo III a.C. había calculado Eratóstenes con palos y trigonometría (250.000 estadios, 40.000 kilómetros), que engatusó a una reina beatona con tierras desnudas por cristianizar, que nos dio un Imperio por casualidad; Colón ya tiene en Sevilla su sitio de santo, su sitio de fuente, pero no sirve para esta guerra que nos traemos y en las noticias quedaba como un candelabro viejo encontrado.

Los cadáveres nos vienen reclamando su nombre y su peso, pero Colón sólo es un almirante de la fruta que ya apenas da para adornar y su campanazo de gran muerto histórico no puede competir con los del Valle de los Caídos, que están siempre resucitando con lascas en los ojos. Un muerto que descansa, por muchos doblones, tabaco y montañas que se trajera en su tiempo, no es nada porque los que nos llaman son los muertos combativos, políticos, herederos, los muertos con espoleta, con la marca de Caín en la calavera, con la cruz en el esternón como un puñal, los muertos que todavía hablan con lengua de cereal y gusanos. España es una duna de muertos, una tumba reventada, la han hecho así los partidos que han vuelto a la revancha como a una madre nutricia. Colón, con su cédula de muerto recién ganada, ha llegado a un país que ya no tiene trabajo para él. Será un cofre quieto mientras los demás muertos se levantan para aplaudir las arengas sobre el Apocalipsis o la Justicia. Colón es el único muerto que ha aparecido últimamente sin deudas por saldar. Podrá pudrirse en paz. Los muertos quizá no deberían hacer otra cosa, una vez que saben su nombre.



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