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10 de agosto de 2006 Favola in musica En este verano de canallas y ceniza, la música es un incendio de violines bajo el que se siguen durmiendo los faunos y los cadáveres. Todavía hay música, fuego apagado con sal, como la guerra; agua volcada sobre el pecho, como el amor. El planeta arde igual que sus tirabuzones, lo encienden malvados y corruptos, pero todavía hay música. Barenboim levanta las llamas de la Novena de Beethoven hasta los ángeles con espada y muslos de hierro que arrasan el cielo, e incluso desde Marbella, donde el suelo está cavado por nibelungos, me llega el programa de su Festival de Ópera, como una cajita de música que quedó abierta en la basura de la casa. Desde el hueso con agujeros a los pianos aserrados o a los cuartetos de cuerda volando en helicópteros, la música ha seguido los pasos del genio, la grandeza y los horrores humanos. La música fue la luz de las catedrales, los cojines de los palacios y la última palabra de las tumbas. Sus revoluciones han ido acompañando a las del mundo. Una de ellas fue el drama musical, la ópera, la más importante desde el nacimiento de la polifonía. Experimentaba la Camerata Fiorentina a partir de las últimas formas madrigalescas cuando Claudio Monteverdi apareció con L'Orfeo, su favola in musica, haciendo que los mitos lloraran como nunca antes en la historia. El hombre que venía del Renacimiento se ponía de la manera más perfecta en el centro del escenario del arte. Esta idealización de lo humano en la ópera fue lo que llegaría, luego, a fascinar a gente como Goethe o Schiller. La ópera, que tendría sus cumbres sucesivas en Händel, en Mozart, en el “arte total” de Wagner, la ópera que se conmocionaría en el siglo XX con Berg, con Richard Strauss... El arte del drama humano, ya pasado de moda porque todo eso ocurre ahora por la televisión sin belleza, sin afinar los puñales, sin que canten las cabezas en los cestos. Todavía hay música, pavesas de palomas en el verano que cruje y arde. En Marbella, el molino más negro de la corrupción, el pan con hormigas de la política, donde el dinero pringa las manos como mierda, sonarán Puccini y Verdi con los mafiosos escondidos tras los biombos. Pero ya no bajan los dioses con poleas a hablar con los mortales, ni esperamos como Madama Butterfly que anide el petirrojo para que vuelva la esperanza. No somos tan ingenuos. Aunque todavía hay música, lago que tiembla, cuadro que camina, aire que se acampana. Es verdad que la música jamás ganó una guerra. Pero bien pensado, la Justicia tampoco. |