El Mundo Andalucía

Hoy jueves
Luis Miguel Fuentes

31 de agosto de 2006

El corazón envuelto

Llevaba su corazón como en el bolsillo, su corazón trasplantado de un buey o de un monje. Y era ese corazón de paño y de cafetera lo que le daba a su tamaño una fragilidad de que se le pudiera caer o de que lo pudieran apuñalar de un pellizco. Era bueno, grande y sabio, tenía su corazón con portezuelas y yo me acuerdo de él cada vez que hay noticias de trasplantes y hospitales, de cardiólogos e infartos. No tuve fuerzas para hacerle a Félix Bayón el obituario, y me doy cuenta de que sigo sin tenerlas. Me quedé ante la noticia de su muerte como si me hubiera llegado su corazón en un cofre y no me salía (no me sale) dibujarle pájaros yéndose ni esos ángeles macabros con el último beso de tierra y tinta en la boca. Recuerdo cuando vino a verme a mi pueblo, para conocerme, después de un premio que me dieron y en el que él peleó mucho por mí, poniendo antes que nada su corazón en la mesa igual que el sombrero. Félix era como un gran cuerpo a vapor, con una mitad resucitada, con la risa sobrevivida, con la paciencia de haber vuelto de la muerte como del estanco. Charlamos, tomamos tapitas y copas y yo me imaginaba su corazón abotonado, latiendo por debajo de un costillar de literatura, corresponsalías, honradez y periodismo. Creo que seguí en este oficio por él y por su corazón como un libro prestado. Me hizo uno de los regalos más bellos que me han hecho nunca. En su discurso de aquel premio, me llamó “joven maestro” y quizá fue cuando decidí que triunfaría o hambrearía escribiendo, pero que no podía traicionar a ese hombre con el corazón en papel de estraza que me había enseñado en un par de días que hay sufrimiento y belleza y lucha y satisfacción en tomar aquel músculo cansado o joven o movido y manchar con él los folios para espantar a los canallas, a los miserables, a los falsos dueños del mundo.

El corazón, que duele como el zapato del alma, que se enferma y se atasca y entonces hay que curarlo con jardineros del corazón y pinzas muy blancas, o cambiarlo por otro corazón envuelto, venido de la generosidad y de los frigoríficos. A mí todos los corazones me recuerdan a él. Más ahora, cuando en Andalucía la sanidad ha olvidado uno y era el de los niños, que es de mermelada, y por eso se tienen que ir a otros hospitales de fuera donde hacen los corazones de plomo y miniatura, de costura y zumo. A Félix Bayón le dieron otro corazón y ese corazón a mí me señaló una vida. Yo dejaré también el mío, para que viva otra, si puede, y habite y enseñe y encienda y no se olvide.



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