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Los días
persiguiéndose |
7 de septiembre de 2006 La guerra Después de los montes incendiados como un pubis, después del pelo mojado como madera, hemos vuelto a la política, la culebra que siempre sobrevive. Septiembre rebusca sus papeles, septiembre retoma un mordisco abandonado por el sol, los políticos sacan sus zapatos guardados y comienza otra vez la vendimia de la carne, el estrujamiento del enemigo que deja los brazos caldosos. Creo que los columnistas reanudamos el curso igual que los enterradores, volviendo al hoyo que teníamos a medio cavar, y en eso nos parecemos a los políticos. Apetecía más escribir de muslos y sombrajos, cuando lo que nos encontramos a la vuelta de agosto sigue siendo una guerra de muertos, una erección de cruces y de higueras de ahorcados hasta el horizonte. Podríamos decir de la política lo que Wilde decía de la luna en su Salomé, que parece una mujer muerta que se levanta de su tumba. Esta frase, con la música que le puso Richard Strauss, podría acompañar las primeras ruedas de prensa, las primeras arengas en la radio y los primeros titulares de septiembre, indistinguibles de las esquelas. Las esquelas, todas ésas que venimos leyendo últimamente como si pisáramos lápidas y besáramos el velo de los muertos... Ahí es donde ha terminado la política y ahí es donde yo me paro, antes de probar la carne humana. Tenemos suerte los columnistas de provincias, al menos aquí donde hay sobrinos y hermanos de Chaves repartiéndose la cosecha, aquí donde se caen vigas empujadas por ángeles ociosos o gamberros, aquí donde podemos volver a hablar de realidades nacionales, nacionalidades históricas, últimas oportunidades de consenso en el Estatuto, de médicos que huyen de los hospitales con un corazón bajo el abrigo igual que aquel personaje del cuento de Boris Vian, de cómo va oliendo la numerosa mierda de Marbella y hasta de la batuta de oro de Barenboim, el genio comprado para universalizar la propaganda autonómica. Y si no, todavía estarían la cateta avilantez de los concejales, la corrupción festiva de los ayuntamientos, los pelotazos y los tránsfugas, las recuas de corbatas, la larga sonrisa de los amamantados por el poder. Tenemos suerte los columnistas de aquí, porque fuera lo que hay es una guerra como uno nunca vio y yo creo que no estoy preparado para una guerra, ni me imagino de viuda loca ni de cargador de ballestas ni de justiciero con los batallones de la historia. Esto ya es una guerra, otra guerra. Alguien que lo perdió todo o alguien que lo torpeó todo nos está llevando a una guerra. Franco resucita con sus moros y sus caballos como águilas, las hordas rojas se mientan por las esquinas de los periódicos que son columnatas, una umbra lunar tapa o alienta los quinqués de media España. Los diarios de la mañana traen dentro dedos cortados, la radio nos toca los pies fríos con conspiraciones asesinas y hay gente que quiere volver a morir por Dios y por España porque no tuvieron bastante con morir aquella vez. Tenemos suerte los columnistas de por aquí, que aún hay cabezudos y mangantes que no llegan a cruzados, y con los que se puede rellenar el artículo. Mientras, fuera hay una guerra que apartamos como un cáliz envenenado o una manta que pica, porque es un trampa, porque alguien se equivocó y en realidad los tiempos de la guerra pasaron como los del minué, y nadie aquí se va a matar, aunque les pese, para dar la razón a los esqueletos y a los cuervos. |