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14 de septiembre de 2006 El novio Estatuto A pesar de todo el tiempo, el mármol, los tinteros y los trompetistas que se ha llevado este Estatuto, creo que ya no queda otra conclusión posible aparte de que era, desde el comienzo, una entelequia o un cinquillo. El Estatuto parece que sólo tenía el objetivo de su nombre y la largura de un juego sin más sentido que jugarlo, por tener algo en la mesa, en la conversación, en las tardes. Querían un Estatuto como algunas niñas quieren un novio, el que sea, pero que haga de novio, que se vea novio y les adorne con su altura en las verbenas españolísimas. Tener nuevo Estatuto, como tener chalé, como tener amante, es un logro en sí mismo, sin que importe mucho cómo es el chalé o cómo es la amante o qué dice en realidad el Estatuto. Con estos pensamientos adolescentes y horteras, nuestros políticos nos vuelven a poner en el dilema de su estupidez o de su maldad, que uno no sabe nunca por cuál decantarse, aunque seguramente sea una equilibrada mezcla de ambas cosas. Un Estatuto orgulloso, un Estatuto salvador, un Estatuto que vigorizaba la Autonomía, un Estatuto que nos subía a caballo de nosotros mismos, que nos devolvía el alma verde y los dineros acajonados que teníamos por ahí, divididos en papeles sueltos, enterrados por muchos jardines. Eso no era un proyecto ni era una cartapacio, sino un Credo, y los credos no son conclusiones de nada sino un punto de partida que también es de llegada y todo lo que hay en medio son misas cantadas con él. O sea, que después de desdecirse, de enmendarse, de tacharse, de darse la vuelta, el Estatuto seguirá siendo orgulloso, salvador y verde, y ese valor de simple presencia que tiene, como el de un cuadro o el de un uniforme, no se habrá alterado. Lo que han hecho ha sido una alegoría encuadernada, mientras nos aburría un tiempo como el de los escribientes y las peceras. Un Estatuto de máximos, ¿recuerdan? Nada que envidiar al catalán, autonomía y competencias con todas sus locomotoras soplando. La realidad nacional, que es como querer ser nación sin molestar, ese cuasi bilateralismo Estado-Autonomía, esos ríos y cielos a cubazos para nosotros solos... Todo ese bordado que nos festejaba cada día Canal Sur, que avalaba ese coro de hilanderas que es el Consejo Consultivo (qué poco sentido y qué poca estética le ve uno a ese saloncito de cuero y pipas que se ha añadido la Junta); todo eso, decíamos, será destejido, cambiado, adecentado o lo que quieran. Hasta aquello de la deuda histórica, la moneda etrusca que nos falta y que nos marca como pobres eternos, han reconocido que estaba redactado de manera “imposible de cumplir”, lo que un mal poeta del cinismo ha traducido por “brindis al sol”. Da igual. Nos volverán a vender lo mismo, la Victoria, que es esa señora en camisón que siempre les visita. El Estatuto andaluz fue quizá como el sobrinito de las arras del catalán, y ya, vestido para un día, cumplido su propósito, ha vuelto a sus churretes y a sus juegos con tiza. La nueva guapura será el consenso, que se ha llegado al consenso como a un orgasmo muy trabajado. Pero todo ha sido nada, o sea, se ha hecho política. Y cuando tengamos por fin Estatuto, como la niña novio, nos daremos cuenta de que necesitamos bastante más que el domingo de las parejitas. No habrá servido para mucho, pero sin duda seremos ya más viejos, más descreídos y más sabios. |