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21 de septiembre de 2006 Yihad Desde Melilla, desde la España mojada en arena de África, mi buen amigo Francisco Cazorla, historiador, coordinador del Centro sobre Genealogía e Intercultura, me manda un texto suyo, bello y conciliador, demasiado quizá para las cuchillas sobre las que caminamos últimamente. Lo ha publicado en webislam.com, página de referencia de la religión musulmana en español, llena de aguas, jardines y mieles de Al-Andalus, y que ha sido mencionada estos días en la prensa (El País) por una carta que Audalla Conget, secretario de la Junta Islamista, dirigía “fraternalmente” a Benedicto XVI, en la que afirmaba que "la lección de Ratisbona nos ha partido el corazón a todos”. Mi amigo Francisco tiene razón al recordar en su escrito que el significado etimológico de yihad se acerca más a “guerra santa contra uno mismo” que a otra cosa, al igual que islam debería entenderse como “sumisión pacífica a Dios”. Lamentablemente, sabemos que el ser humano, durante toda la historia, ha interpretado paz o sangre a partir de las mismas palabras de sus dioses. Habrá que concluir que no son los dioses, que siempre hablan con jeroglíficos, sino la naturaleza humana la que es pacífica o asesina, igual en la religión, en una ideología o una patria. Al cruel, la religión le servirá para ver santificado su sadismo; al caritativo, para ver recompensada su bondad. Recuerdo esos mapas de las enciclopedias y los libros de texto en los que todos quedábamos pintados de colores, divididos en una baraja de cristianos, musulmanes, budistas o hinduístas, y eso en realidad era una manera de dejar al hombre sin sitio en el planeta, pues el hombre es mucho más que su religión y es lo que parece que todavía no sabemos ver. Ahí está la tolerancia, y no tanto en que cada cual coma, se vista o mate según su libro sagrado: en convenir que hay algo por encima, un espacio público y común, en el que las religiones son sólo opiniones. Éste ha sido el logro de Occidente, conseguido por cierto contra el cristianismo. Y en este espacio, la crítica a las ideas (a toda clase de ideas), forma parte de la dialéctica civilizatoria. Así pues, cuando las religiones se escandalizan, nunca les puedo dar la razón. Me es imposible ver en Ratzinger ningún referente intelectual ni moral, pues en los dos aspectos me parece nefasto. Me ha causado más risa que sorpresa que haya sido capaz de hacer equivalente su Dios al Logos y a la Razón, cuando la Razón ha estado arrancándole los clavos y los dogmas desde el Renacimiento (o desde Hipatia). Igual de risible me ha parecido que saque un texto de Manuel Paleólogo (siglo XV) para criticar el uso de la violencia por la religión. ¿No la utilizó el cristianismo hasta hace bien poco? Sin embargo, no puede negarse que es cierto que, hoy en día, una parte del islam no sólo justifica, sino que glorifica la violencia, y ahí están los que dicen que o nos convertimos o sufriremos las consecuencias. Digamos que no es culpa de la religión islámica en sí, sino de cierto concepto social fanatizado de ella, pero que comparten muchos, muchos musulmanes. Y el Papa, como cualquiera, está en su derecho de criticar esta idea perversa del islam, que está ahí y nos manda cada poco caras ensangrentadas. Como ironía macabra, la manera que han tenido algunos de quitarle la razón ha sido precisamente recurrir a la violencia... Quizá los musulmanes deberían atender más a ese bicho que les come, y menos a la sombra de las cruces, que hasta en Occidente hace tiempo que convertimos ya en seto y en arquitectura vieja. |