El Mundo Andalucía

Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

23 de noviembre de 2006

La orquesta

Una mudanza de muchachos, estuches, pianos, bustos de Beethoven, fotos de la novia pinchadas con corcheas, música que cierra sus cremalleras y pliega sus instrumentos como bufandas. Barenboim se va de Andalucía como cargando con sus tubas y sus lacas de dirigir, porque ya no se dirige con bastón como Lully, ni siquiera con batuta como Mendelssohn, sino con el flequillo como Karajan. El West-Eastern Divan dejará Pilas por Salzburgo, ciudad que tiene clima y arquitectura de sonata y además bombones con la cara de Mozart. Andalucía es una carreta musical y a uno lo que le extrañaba era que Barenboim guardara aquí sus violines como en una casa para sus gatos. En la tierra del pantojismo y de El Arrebato, de los coros rocieros y los grupos de sevillanas formados por arrumbadores de guitarras, la gran música suena a cosa extranjera, alquilada y que nos nieva extrañamente. Para los políticos, la cultura es un gres que se ponen detrás en las fotos, y con un intercambio de dinero por halagos, la orquesta juvenil y humanista de Barenboim les parecía una cubertería de plata en su mesa gazpachera. Pero los vientos de la música, que aquí no tenemos, se la llevan, aunque no quede claro si la seguiremos pagando como una embajada.

Con el arte, los políticos siempre han querido hacer propaganda y algunos músicos quizá han querido hacer humanismo, aprovechando lo ecuménico de las manos y las orejas. Pero si este humanismo es posible, no lo es por la magia de no tener cuerpo de la música, sino porque cuando nos enfocamos en una tarea común, dejando en el cajón de cada uno la patria y los dioses, enseguida se ve que es posible construir algo por encima, algo verdaderamente humano y universal, donde las diferencias de pueblos o narices no cuentan porque las patrias no cantan ni los dioses tocan liras en realidad. Una sinfonía puede ser el ejercicio de todo esto y esta es la enseñanza de Barenboim, al que algunos pragmáticos o desencantados podrán llamar ingenuo o hasta interesado, pero yo a eso lo llamo esfuerzo constructivo. Ahora que en Algeciras Chaves inaugura la Conferencia Sindical Internacional, donde vuelven a hacer papiroflexia sobre la Alianza de Civilizaciones, no puedo sino comparar esta flojera de palabras con ese coger con la mano las herramientas y hacer algo, por ejemplo música. He dicho muchas veces que la Alianza de Civilizaciones me parece fallida desde el nombre, desde ese confundir civilización con religión, pero sobre todo fracasa en la teorización de un buenismo sin acto, sin plano, sin obra. En afinar una orquesta de israelíes y palestinos, que no es sino un primer ensayo para afinar toda la orquesta humana, veo yo más logro que en esas conferencias reducidas al menú multicultural. Pero quizá yo también soy un ingenuo.

Barenboim se va, percutiendo o botando su nombre como suele poner Paco Robles. Andalucía no es tierra para sus nieves y nuestros políticos tendrán que volver a retratarse con músicos de feria. Yo le deseo suerte y fuerza, de ingenuo a ingenuo. Aquí, su música resultaba forastera, como les resulta la esperanza a los apocalípticos. La música en sí no arregla nada, no convierte en bailarinas a los asesinos ni en floristas a los totalitarios. Es la gente que aunque diferente es capaz de disponerse en círculo para una misma tarea la que cambia el mundo, mal que les pese a los trompetistas de la catástrofe.



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