El Mundo Andalucía

Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

30 de noviembre de 2006

El cartón

La cultura para los políticos (lo decíamos el otro día hablando de Barenboim) es una erección de pancartones, libros de pie grandes como una lápida, gente con banderola y otras cosas que se vean bien desde lejos. Se trata de una exhibición de tamaño, de escayolismo, de jaleo, la cultura como hecha por sus camioneros y azafatos. Después los libros no se leerán, los museos pasarán el frío de las estaciones, los intelectuales seguirán en sus palomares pensando en la filosofía y en el alquiler y las orquestas se cepillarán su melena musical ante el espejo, pero tiene que haber cabalgatas, festividades, hotelazos en los que entra la cultura con sus percheros, y por supuesto un político apareciendo como padrecito, como mecenas, como sacerdotisa. Es la cultura en la que basta el cartel, en la que el cartón dorado de los libros hace que dé lo mismo que dentro haya una genialidad o un bocadillo, es la apariencia tomando el lugar del contenido y un dinero gastado en envolver con lacitos las cajas. En realidad, la cultura es otra cosa. Son muchos hambrientos en las buhardillas, soñándose genios como decía Pessoa; son muchos locos con la oreja cortada, muchos profesores con la solapa sucia, muchos músicos con el estuche de la flauta de monedero y muchos aprendices de suicida. Para alimentar la cultura haría falta antes que nada un buen sistema educativo, cosa que aquí no hay, y luego que la Administración se paseara por debajo de los puentes, por los bares donde barren los poetas, por los estudios que huelen a abrigo dado la vuelta y a nitrato, por las universidades a la hora en que los muertos se bajan de sus cuadros, todo lo que no hacen porque eso no da rédito, propaganda, foto. Ellos buscan lo grande, lo llamativo, lo seguro. Una vez, un gran pintor andaluz me comentó con amargura que, a pesar de todo el roneo del Museo Picasso, seguramente un joven Picasso hoy en Andalucía se moriría de hambre. Se mueren de hambre, seguro, muchos Picassos y muchos Lorcas, mientras los políticos hacen de la cultura un crucero y un baratillo.

Así es, la cultura no ofrece ganancias a los políticos, a menos que venga ya calentita de fama y de ruido. Ése es el gran problema. Pero hay otros. Por ejemplo, que en vez de buscar la excelencia, les da por mantener una lista de artistas orgánicos, esos arrimados que aparecen en todas las exposiciones, en todos los tablaos, ésos a los que la Administración les publica, les hace encargos, les ofrece conferencias y subvenciones, porque han sabido rozarse con quien debían y pronunciarse cuando ha sido necesario. Una nómina de gente a veces buena y más a menudo hirientemente mediocre, que sabe que, tal como se maneja la cultura aquí, o te emputeces o en la habitación sólo tendrás una bufanda para ahorcarte al lado del gato. La Junta se gasta ahora 3 millones de euros en un numeroso desembarco en México, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Prebostes de comilona, secretarios de planchar corbatas, escritores con literatura de verdad o con un recetario… Da igual, hay que hacer bulto, hay que pesar en el barco, hay que convencer de que la cultura baila con el hula-hop y de camino tener vacaciones, que con las gafas puestas creen que no parecerán tales. Cartón, sólo es el cartón que nos enseñarán como logro. Pero la cultura se hace con los dedos congelados y en otras lunas, allí donde nunca llegan, o llegan con el artista ya famoso o ya muerto, los políticos.



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