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Los días
persiguiéndose |
26 de diciembre de 2006 El enemigo Otras veces han sido aves de petróleo o milenarismos en llamas, y este año, este periódico ha elegido como enemigo a la corrupción, que es un malo sin foto pero con olor. Sin embargo, a uno no deja de parecerle un descubrimiento algo ingenuo, cuando aquí hace mucho que sabemos cómo funcionan los ayuntamientos en subasta, los encamamientos de constructores y concejales y la flor en el culo de cada rotonda y cada adosado. No es un enemigo, pues, que haya aparecido de repente con su hora de terremoto o su melena de loco, sino una vergüenza bien tapada como los cuernos y que sólo la casualidad o la curiosidad por sus tigres de mármol han llevado a la noticia en el año que acaba. Ahora que esta mañana de Navidad, en la que los almanaques han tapado por un día los periódicos, me trae el silencio en una gran cuchara y un sol quieto como una bandera congelada, yo me pregunto quién ha estado callado todo el tiempo, quién no se ha movido mientras la corrupción crecía como un arrecife. Y recuerdo a Solchaga explicando cómo España era el país del mundo en el que uno se podía hacer rico más rápidamente; recuerdo el nacimiento del término “pelotazo” que recogió en Cádiz junto con otras conchas la pluma caletera de Antonio Burgos; recuerdo ese reino de las sobremesas que formaban los amiguísimos, los hermanísimos y los compañeros de pupitre; recuerdo las burbujas y agujeros empresariales y las privatizaciones regaladas... Lo recuerdo demasiado bien y por eso no veo novedad de bandidos en este país que siempre se han llevado en las alforjas unos y otros. Sí, ha sido el año de Marbella, el gran rosetón de mierda que nos han subido al escenario unos horteras y unas folclóricas enamorados de la grifería de los bidés. Pero Marbella ya era vieja y sólida en sus maneras y ni Jesús Gil ni el cheque de Montaner son de esta cosecha de jirafas que nos ha sorprendido ahora. Tampoco en Marbella hacían nada que no se practicara en todo el ancho salvaje de Andalucía y de España, donde los PGOUs son botines piratas desde el primer trazo hasta la última comisión. Para que esto sea así, para que la corrupción sea costumbre y desenfado, hace falta una idílica combinación de leyes flojonas, jueces con otros asuntos, policía dormida en las cunetas y, sobre todo, una clase política que consiente, que se beneficia, que esconde y que marea. Nadie puede creer que Marbella llegó hasta el punto en que la hemos visto derrumbarse sobre sus heces sin una Junta de Andalucía que pasaba la mano por el lomo de las fieras que veían nacer y copular sin freno allí. Y ahora, y sólo cuando la opinión pública se ha escandalizado, lo que se les ocurre es ofrecer esos pactos para no cumplir que hacen ellos, esas escenificaciones de virginidad que tantas veces (¿recuerdan algo que llamaron pacto antitransfuguismo?) hemos visto desinflarse en la nada o arrojarse a la cara. Claro que hay soluciones, pero duelen, dejan damnificados y desmariscados, desllantan su financiación y no molan. Por eso buscarán parches y no tengo ninguna duda de que la nueva Ley del suelo será esto sin más valentías. Si fueran honrados y atrevidos alguien diría que habría que liberalizar todo el suelo, salvo el especialmente protegido por razones medioambietales. O, como ha propuesto alguien, que al menos las plusvalías de las recalificaciones revertieran de alguna manera en el propietario originario, con lo que se perdería la lascivia del pelotazo. Soluciones hay, lo que no sabemos es si hay ganas para ponerlas en marcha. Este enemigo, la corrupción, herencia de un país de cañizos y engañaciegos, se acuesta con todos y a todos compra. Pierdan toda esperanza, pues las leyes no las redactarán ángeles, sino los mismos que llevan haciéndose ricos con el prorrateo de España incluso desde antes de que el primer listo viera en el mar la forma de muchos cuartos de baño. |