El Mundo Andalucía

Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

28 de diciembre de 2006

Reyes

Cazábamos los caramelos con un paraguas al revés y un Oriente entre barbero y agropecuario pasaba por delante de la casa para dejarnos rifles de misto, microscopios con mosca y un geyperman que se enamoraba de la Nancy a pesar de que las hacían sin chocho. Creo que de niño yo no conocía apenas a Papá Noel o sólo me parecía una especie de butanero escandinavo o leñador muy alegre. Papá Noel es una figura tirando a republicana y a laica, pero entonces se creía sólo en el Niño Jesús como en una religión de la levadura y en esos reyes magos con las barbas un poco metidas en vino del pueblo. Yo era de Baltasar, como casi todos los chiquillos, porque era un rey que ya venía bañado en chocolate, o eso me parecía, y traía los camellos de más lejos y los pajes como en alfombra mágica. Todo aquello era, en fin, una manera de papel de ser religioso y monárquico sin serlo de verdad, que es la única forma para un niño. Uno no había leído entonces el Evangelio de Mateo, donde se cita a unos magos, no a unos reyes, y sin especificar el número. Tampoco parece que magos fuera la traducción más correcta, sino más bien astrólogos o simplemente hombres sabios. En cualquier caso, la tradición no se encarga de verdades y estos personajes no son más que atinadas metáforas. El tres es el número de la creación y del equilibrio, aunque algunos otros relatos hablan hasta de 12 magos (también número de la perfección en los sistemas duocecimal y sexagesimal), y en cuanto a sus famosos regalos, son los símbolos de la realeza, de la divinidad y de la inmortalidad. No olvidemos tampoco el hecho de que llegaran de Oriente, el lugar de donde viene el sol. Pero todo esto a mí no me importaba en el único día del año en que pasaban palmeras por delante de mi casa y en los armarios aguardaban fuertes apaches y bicicletas a las que les habían crecido las trenzas.

Los niños de ahora sí están divididos entre esa religión de los árboles que representa Papá Noel y la otra de zurrón y baraja de nuestros reyes magos que siguen viejos y rumiantes, a pesar de que hasta la Segunda Modernización ha salido en su ayuda. Leo que en Huelva la Junta ha preparado unos dispositivos para que los niños se dirijan mediante videoconferencia a Sus Majestades de Oriente, y es una pena porque les convierte un poco en marcianos o en Scalextric. Las monarquías, hasta las de juguete, pertenecen a un tiempo de postas y de letra de ganso en las cartas, y si a mí de chico ya me parecía feo y sospechoso que las carrozas del 5 de enero las tiraran tractores, los reyes magos interactivos pueden acabar definitivamente con la magia, como si instalaran banda ancha en los oasis. Sí, el republicano y seguramente ateo Papá Noel lucha contra los españolísimos reyes magos, católicos de primera mano, y creo que el forastero va ganando la batalla. A una sobrinita mía le gusta más porque llega antes y como en coche de bomberos. Yo creo que las familias que son de Papá Noel incluso atienden menos al discurso de nuestro rey de verdad en Nochebuena, o les quitan la voz, que es una voz de mandar poner la mesa. En cambio, el otro lado de España, el de la cabalgata, le saca a ese discurso hasta punta política. Como si lo hubiese escrito él, ya ven qué ingenuidad, o todavía peor, como si pensaran que su opinión personal debiera tener relevancia en una Democracia. Yo de pequeño no era ni monárquico ni republicano ni religioso, sino niño. Ahora no soy ni de Papá Noel ni de los Reyes Magos. Agradezco haber crecido y saber que los reyes eran particulares que venían del misterio de la taberna de detrás de mi casa. Las realezas yo ya no me las creo ni por el camello ni por lo digital.



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