El Mundo Andalucía

Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

11 de enero de 2007

Pactos

Es el noviazgo enfurruñado de los políticos, es la cama mojada de las tribus o los estados, es el apadrinamiento de un cartel, es el mostrador que se monta en torno a una idea o un dinero, es lo que hace que el Diablo dé buenos violinistas y las guerras, cuadros y fumadores de pipa. El pacto, la Historia y los mitos están llenos de pactos, en la primera hija vendida, en los jardines recién regados de la Biblia, en el pastor o el verdugo que se hicieron reyes, en el nombre de las mentiras y las palabras, en la escritura conveniente del pasado, en el nacimiento de la economía y de los países... Uno, como buen wagneriano, recuerda que el poder de Wotan residía en los pactos escritos con runas en su lanza. Eso era suficiente para gobernar a los inmortales, conque no digamos para manejar los destinos de los pobres humanos. Fue precisamente la ruptura de un pacto lo que provocó el derrumbe del Valhala y también la expulsión de Adán y Eva del Paraíso. Por eso no nos extraña que exista hasta una Teología del Pacto para explicar todas nuestras tribulaciones y querencias aquí y en los cielos, y que todavía andemos buscando firmas con espadas de fuego, tintas de sangre, sellos de monarcas o plumas de estadista, para que vuelvan el equilibrio y la belleza del primer amanecer humano, o al menos fingirlo.

Los pactos no son ni buenos ni malos, que ahora parece que sólo los bribones y los traidores no pactan. Ha habido pactos para crear una raza de tanques igual que para recitarnos los Derechos Humanos, para las más pequeñas idioteces burocráticas o para una paz que quiere hacer del mundo un trozo de lapislázuli, pactos que son prorrateos y otros que son un himno de buenas intenciones. Los pactos parecen tener todos nombre de arcángel pero se cuelan ambiciones, intereses, propaganda, naderías, disimulos. Un pacto no nos asegura nada, salvo las ganas de algunos de sentarse un rato. Pactemos esto, vuelva usted a tal pacto, reúnase el otro, vuelva el consenso, queden las manos entrelazadas por ramos de margaritas. Los políticos están mimosos en su odio, pero yo no me fío nada del que viene arrastrándose sobre el vientre con una manzana en la boca o un muslo fuera. Ya tenemos experiencia de pactos que son prostibularios, domingueros o gastronómicos. El tan famoso Pacto por la justicia sólo era el reparto amigable de comisarios políticos en el gobierno de los jueces. El Pacto antitransfuguismo era un callarse todos y, si no, cambiar escrupulosamente un tránsfuga de un lado por el del otro. El Pacto por las libertades y contra el terrorismo ha sido una promesa de no hacer política con los muertos que se ha roto (se podría discutir por quién) cuando la carne arrojadiza ha resultado conveniente. El pacto del Estatuto ha sido un equilibrio entre mitologías sobre un texto hueco humidificado de grandilocuencias. Hay otros que son tonterías publicitarias, como el Pacto por el libro. Y luego, estos cinco (“del quinto no me acuerdo”) de Chaves, que querían cambiar el rodillo de la mayoría absoluta por la ocurrencia de trasladar el Parlamento a un casino, y mientras hacer tiempo en la mudanza. Cuidado, pues, con los pactos. Desde aquella serpiente de la Biblia como una bailarina, pasando por Fausto y llegando a Chaves, tienen rabo y candelas.


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