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Los días
persiguiéndose |
18 de enero de 2007 El clan El hombre que no lleva sus maletas, el hombre que no lleva sus paraguas, ha llegado ya a un estado papal del triunfo, al paseo de la vida, a la parihuela de los otros. Farruquito tiene las pirámides de su raza, los pies en el carbón encendido de su arte, una familia de primos agarrados a su melena, una pipa o una butaca de anciano; pero el poder, ese poder montañés de lobo jefe, donde se nota mejor es en ese ir sin nada en las manos que le hemos visto, con sherpas a la cárcel, con el equipaje por detrás, con cada pariente cumpliendo la misión de un bolsillo o de un quitasol. La familia fue la primera tribu. Creó la civilización igual que creó las neurosis (“novela familiar del neurótico” llamó Freud al compendio de los traumas del que fracasa en esa tarea de desarraigo de los padres, sin la que el ser adulto es imposible o demediado o tarado). Sobre la propiedad y sobre el tabú del incesto, sobre la sangre y el cercado, se construye el Otro y a partir de ahí hemos llegado hasta el coloreado de etnias y patrias que tanto nos gustan, y que no son sino la sublimación de ese mismo concepto de familia, cuya neurosis asociada, cuya tara por fallo en el desarraigo, se llama en este nivel nacionalismo, etnocentrismo y hasta racismo. Farruquito, con las maletas llevadas por otros, es el jefe de la tribu en volandas, ahora que nos creíamos inocentemente que no quedaban tribus. Cuando los dueños no llevan sus cosas, igual que cuando los ricos no llevan cartera, significa que el poder es tan grande que no puede con su peso. En un clan de bailaores, unas bolsas de deporte bastan para simbolizar todo esto. Hubo, en ese gesto de pasarle a Farruquito las asas de su equipaje a la puerta de la cárcel, la ceremonia de todo un destronamiento. El jefe, sin su clan, ya no es nada. Entonces, vuelve a cargar con sus hatillos. Farruquito ingresando en el trullo nos dejaba una lección de psicología social... y política. No hay en este país castigado, revendido, troceado, más pieles diferentes ni más tribus triunfantes que los partidos. Cualquier otra división es artificial, cuando las regiones con sus ríos, los medios con sus babas, los muertos con su afiliación, las opas con sus mecenas, los intelectuales con su trenca, son de un clan o de otro y les llevan todas las maletas. Los políticos se mueven sin peso, llevan las manos en los bolsillos, viajan en coches prestados y descargados de hierro, les van pasando desde detrás esencialismos de la tierra igual que pañuelos y discursos como gafas de sol, les abren las puertas, le cuelgan los abrigos. Miren moverse a los políticos, jefes de sus clanes, delante de una procesión de percheros, de unos sostenedores de abanicos, por eventos e inauguraciones, por la propaganda y su taconeo, por los platós y los orfanatos. Vean a los lacayos, a toda una feria de primos, mantenidos, aduladores, subvencionados, pegasellos. Miren a esta Andalucía que camina con sus baúles detrás de unos tramposos de pies ligeros, de mangas vacías. El clan, esa manera de santificar una olla, es a eso a lo que han llegado los partidos, y así los vemos abotonar a sus patriarcas como a la talla de un Cristo, taparlos con mentiras y llevarles los espejos, igual que a Farruquito. El hombre que no lleva sus maletas, el hombre que no lleva sus paraguas... Sí, entonces poseen poder de verdad. El clan político, otra familia conjurada. Y también le corresponde una tara freudiana. En este caso, la neurosis asociada quizá se llama Democracia. |