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Los días
persiguiéndose |
8 de marzo de 2007 De oficio, masón Recuerdo que Antonio Burgos evocaba aquí mismo en su día esa “Sevilla que pudo haber sido y no fue” hablando de sus masones, que “con Diego Martínez Barrios a la cabeza, protagonizaron la aventura imposible de la pequeña burguesía sevillana hacia las libertades”. Como liberal de Cádiz que es, al maestro Burgos le parecía de justicia rendir memoria a esos “benéficos hombres de progreso y de orden” ahora que algunos piensan que no quedan masones o son el aquelarre que se inventó con ellos el franquismo. Tanto ha olvidado Sevilla su tradición masónica que muchos no saben que hoy hay tres logias en la ciudad, y menos que una de ellas ha dado toda una Gran Maestra (ex Gran Maestra ya), Ascensión Tejerina, que esta tarde va a presentar en la Casa del Libro de Sevilla su obra “De oficio, masón”. Masones hubo y hay aquí, aunque no se les miente. No recuerdo que en ningún 28-F, ese día en el que los políticos y las banderas van a la peluquería, se le haya ocurrido a nadie mencionar que Blas Infante era masón, como lo fueron Antonio Machado o Juan Ramón Jiménez. Claro que eso no ocurre sólo en Andalucía. Hemos leído últimamente muchos artículos sobre Ramón y Cajal o Clara Campoamor en los que su condición de masones era igualmente ignorada. Y sí, yo también soy masón, para que luego digan que vamos escondiéndonos ésos que creen que somos alacranes. Ahora están de moda los libros sobre masonería, pero la lástima es que suelen estar escritos por indocumentados malintencionados (el de César Vidal sólo era un libro de juguete hecho en el tiempo que le dejan otros libros de juguete) o concebidos desde el morbo. Afortunadamente, aún quedan los libros de los verdaderos historiadores de la masonería (en España, uno de los mejores es el jesuita Ferrer Benimeli), o los que, como el de Ascensión Tejerina, nos muestran la Orden desde la propia experiencia (“oficio”) de ser masón. De la masonería dijo Krause
que
era “la única institución histórica que tiene
como finalidad y razón de ser el cultivo del hombre en su pura
y completa humanidad”. El paso de un gremio de constructores a una
sociedad filosófica que sustituye la obra en piedra por el
edificio simbólico de la Humanidad es a mi parecer una de las
transformaciones más fascinantes de la historia. Su método,
que intenta a través de alegorías y símbolos
educar en una ética de tolerancia e igualdad, en la libertad
de conciencia, en el hecho de que los seres humanos pueden tratarse
fraternalmente a pesar de profesar diferentes opiniones o creencias,
es un tesoro antropológico y moral. Esto apenas se conoce en
España, mientras que en Estados Unidos o Francia ser masón
es un honor y se pone en el currículum. El acierto del libro
de Ascensión Tejerina está en definir el papel actual
de la masonería como escuela de ciudadanía y de
tolerancia y como método para que el ser humano salve esa
aparente contradicción que se da entre el individuo y la
sociedad, constituyendo un metasistema que no es una ideología,
que no es una “doxia”, sino una “praxis”. No hay un
pensamiento masónico, sino un comportamiento masónico.
En mi logia hay católicos, mormones, agnósticos y
ateos; gente de izquierda y de derechas; republicanos y monárquicos.
Pero, como escribía Kipling en aquel poema, Mi logia madre,
“fuera nos decíamos sargento o señor; salud o shalom;
dentro, en cambio, Hermano, y así estaba bien”. En una
Sevilla tan dada a olvidar su historia, una masona hablará hoy
de ser masón. Ojalá la entiendan, por fin. |