Los días persiguiéndose |
26 de abril de 2007 Planeta Roca
Las empresas inmobiliarias y constructoras parece que caen últimamente en la bolsa haciendo un ruido de tapias, pero entre los corruptos que no dejan de salir de la polvera de la Costa del Sol y las pellas con las que se sostiene el país, no hay duda de que es el negocio del ladrillo el que sigue cubicando el dinero patrio y uno diría que hasta el Universo entero. En algún medio he visto titular el descubrimiento de un lejano planeta de esta manera: “Suelo urbanizable fuera del Sistema Solar”. En esta gracia del redactor, imaginando el espacio con farolas y los planetas por alicatar, está sin embargo la verdad de que la especulación urbanística y la fiebre del oro hormigonero representan ya toda la cosmovisión de esta época. Un sistema que engloba la economía, la política y un estilo sucio de llevar la vida y la chaqueta es mucho más que un simple negocio. Uno se lo imagina ya como esos marcos de referencia hechos con reglas rígidas y relojes de ferroviario con los que Einstein nos explicaba su Teoría de la Relatividad meneando linternas. Y es que Einstein quizá sólo estaba poniendo los andamios de la naturaleza para que después llegaran los ferrallistas, a levantar un Universo medido en billetes de 500 euros como nuevos años luz con su luz rosada. Suelo urbanizable fuera del Sistema Solar, en un planeta con temperatura terráquea, atibiado y amodorrado por una enana roja... Yo tuve una juventud de soñar mucho con los planetas, que me traían Isaac Asimov o Carl Sagan como mágicos vendedores de globos. Planetas con agua mohosa, con lagos de hidrocarburos, con estrellas binarias que ponían como amaneceres hermosos de borracho en cielos inventados, y en los que quizá pudiera vivir el hombre futuro como un dios o como un buzo. El rojo de Marte, rojo de hierro y no de sangre vertida por Ares, ese rojo que me maravillaba en las fotos de los Viking, yo me lo imaginaba ya azulado, terraformado (ésa era la palabra que inventaron) a base de trasplantar algas en los polos y ensamblar lentos invernaderos hidropónicos. Recuerdo haber mirado esquemas de unos intentos de naves interestelares que parecían paraguas o grifos para átomos de hidrógeno; recuerdo viajes hiperespaciales que yo hacía en mi cuarto a partir del flexo; recuerdo un humanismo cientifista, optimista e ingenuo que me empezó a nacer entonces y que me llevaba a un ser humano universal extendido por la Galaxia de una manera pacífica, médica y agricultora. El que no salía en mis fantasías cósmicas de juventud era Juan Antonio Roca planeando PGOUs en Titán o en Alfa Centauri, a la vez que cazaba alienígenas con una bioquímica quizá basada en el silicio y que serían como un exotismo de metacrilato acompañando a sus cabezas de jirafa y otros seres vulgares de carbono. Suelo urbanizable fuera del Sistema Solar... Me ha gustado esta gracia. Piensen en un Planeta Roca, puro cemento y acero como el Trantor de Asimov, donde los concejales se venderían en marisquerías de baja gravedad, donde los corruptos volarían con escafandra, donde el dinero negro pasaría de mano en mano siempre un poco ionizado. Sabemos cómo sería ese planeta, porque lo tenemos aquí, aterrizado desde hace mucho en la esquina templada e inocente que nos tocó habitar en la Tierra. Ya estamos invadidos, ya estamos colonizados. La corrupción ya llena, arrincona y ciega todo nuestro Universo, como una supernova de mierda. |