El Mundo Andalucía

Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

3 de mayo de 2007

Andalucía soy yo

Nunca he podido encontrar justificación intelectual o moral para la monarquía, que en esta época veo ya pesada, ornamental e inútil como una espada. Venida de los dioses tenía todo el bronce celeste de la superstición, pero racionalizada es casi peor, es como querer racionalizar un residuo de magia sin ser posible ya la magia, como seguir empeñándose en que los rayos salen aún de los dedos de alguien en el cielo, sólo porque así quedaría más grandioso y pictórico. Pero no, no quiere ser éste un típico artículo republicanista, que al final quedan siempre todos un poco como antitaurinos. Y esto a pesar de que me entristece mucho que un Estado parezca sostenerse en las hazañas reproductoras de una familia, que el pueblo guste de mostrarse lacayo y que una infantita sea la nueva porcelana o el nuevo Niño Jesús nacional con poderes de monja beatificada. No, yo quiero hablar de otra cosa que significa una mayor impostura y un mayor peligro. Ahora ha sido por la infantita, ante la que todos parecen volverse pastorcillos de Belén, pero es una osadía habitual en Chaves y en el PSOE andaluz. Me refiero a esa identificación suya, personal o corporativa, con Andalucía, con los andaluces, con lo andaluz, esa nada sutil equivalencia de la Autonomía con sus posaderas, préstamo rococó que se diría que les hacen viejos reyes o papados, abuso mayestático de los pronombres con los que se ignora al ciudadano y se manifiesta el desconocimiento de lo que significa el Estado de Derecho.

A raíz del nacimiento de la infanta Sofía acompañado por signos en el cielo y relinchos de caballos en la tierra, Chaves ha manifestado su satisfacción “que compartimos todos los españoles y desde luego los andaluces, donde la Casa Real cuenta con gran estima por parte de todos los ciudadanos, instituciones y agentes sociales". Pues mire usted, el Estado (las Autonomías son Estado) no tiene cariños, afectos ni lágrimas, porque es una ficción jurídica, no un ama de cría. Seguro que no todos los andaluces sienten ni tienen por qué sentir esa estima, pero tampoco el jefe de un gobierno autonómico tiene derecho a tasar o hacer media de las opiniones y sentimientos de los ciudadanos para hacerse portavoz o mayordomo de ellas. Sirva este ejemplo, aparentemente inocente, para recalcar esta peligrosa tendencia de nuestros dirigentes. Chaves y su partido suelen hacerse madres, padrecitos, apóstoles, paladines y arrendadores de Andalucía, cuando no toda Andalucía misma transustanciada en su rosa. Por eso las críticas o las manchas que les caen en la solapa ellos enseguida las asimilan a afrentas contra Andalucía entera. Por eso ellos pueden hablar de buenos y malos andaluces según su opinión, santificando la discriminación ideológica, la nefasta idea de la pureza de pensamiento, de que existe una manera correcta de discurrir o sentir frente a enemigos de la tierra, frente a malvados corruptores de la esencia patria. Todo esto, tan característico de los totalitarismos, se les transparenta hasta a la hora de felicitar a un bebé. El Estado no tiene opinión, ni ideología, ni religión. No es la suma ni la media de las opiniones, ideologías o religiones de los ciudadanos, sino precisamente el marco pactado que hay por encima de todo eso y que constituye el espacio común de lo público. Y sin embargo, cada vez que hablan parecen decir “Andalucía soy yo”, como acompañados de un bastonazo. Peor que una monarquía granjera me resulta esta izquierda que se pone las pelucas del Rey Sol como aljofifas en la cabeza.



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