Los días persiguiéndose |
10 de mayo de 2007 Airbus
Ha venido el Airbus 380 y parecía la cabeza de oro de un gran Buda, la barriga de un cónsul o el pajarraco del dinero que bajaba a beber. Aún atendemos a la visita mágica de los dioses y el Airbus es eso, el dios más moderno que ha dado la técnica y que se paraba en su zapatería, que de ahí no pasamos. Aunque nos cuenten que hemos hecho el carenado ventral y el estabilizador horizontal del aparato, la verdad es que eso no deja de sonar a zapatería, a haberle abrillantado las botas a algo cuyo peso, tamaño y dinero vienen de fuera, donde realmente viven los dioses, su industria y sus presupuestos. El Airbus 380 llegó como otra maravilla prestada, a ser admirado por los indios sin pólvora que somos, pero los políticos pronto lo han utilizado para montarnos a todos hacia el espacio y de camino hacerse ellos capitanes de ese prodigio. El avión había sobrevolado la planta de Puerto Real como un ángel anunciador y eso les parecía la redención de toda la zona, que sufre tiña industrial por muchos platillos volantes que le pasen por encima. “Industria aeronáutica fuerte y establecida”, llaman algunos a ese mirar de lejos o a ese instalar los picaportes del avión. El Airbus 380, grande, fastuoso, como una gran mesa puesta para el cielo, quería contagiarnos la exactitud de sus relojes, la potencia de sus motores, las monedas con las que se hizo su fuselaje, pero ésta es una tierra de pandorgas que no hace naves volantes sino que tira piedras a lo que pasa. Aquí siempre nos visita la riqueza como si fuera la reina de Saba y en verdad parece que es ésa la única oportunidad que tenemos de ver de cerca la realeza del metal, el lujo de las alfombras voladoras y el mundo de zigurats que construyen por ahí fuera. Tienen que venir de lejos, la aparatosidad, la modernidad, la técnica, el dinero, que aquí nos resultan exóticos como los ojos de dátiles de un harén que pasa por nuestro pueblo, igual que pasaban por el de Fellini (Amarcord) quizá el mismo sultán y el mismo transatlántico. Todo se hace fuera, donde las cosas son de otra escala, donde crecen el oro y el hierro, donde está el dinero en su mina o en sus máquinas pulidoras. Aquí, si acaso, esperamos que aterrice en forma de subvención o de aguacero, de zepelín o de Gulliver. Es éso lo que nos distancia de las regiones desarrolladas, la diferencia que hay entre el hacer y el esperar, y por eso nuestros gobernantes son políticos de andén, con un tren salvador por llegar como un primo de Alemania, haciéndonos pasar mientras ese frío de las estaciones, que es como el que se tiene siempre con rebequita. Sentirnos ricos por la visita de la riqueza es algo así como sentirnos bellos por la visita de la belleza, un consuelo tonto de feos y de pobres. Aún atendemos a la visita mágica de los dioses, y eso significa que no nos desprendemos del complejo de Mister Marshall, ese cuello girado siempre a la carretera, a lo que pueda venir como limosa de los que verdaderamente tienen y hacen, y que nos convierte en gorrioncillos con canasto. Nos pueden prestar la visión de ese avión como la de un estilizado puente colgante, igual que otros nos prestaron aquel portaaviones, el Dédalo, lastrado todavía por japoneses muertos. Pero ni aquel viejo buque nos hacía imperialistas, sino deshollinadores, ni este avión nos hace astronautas, sino turistas de nuestra industria endeble, lateral, llovediza. El Airbus 380 decora nuestros hangares y nubes como una gran cómoda que puede volar. Cuando se lo lleven, aquí seguiremos sin saber dónde meter a los trabajadores de Delphi. A ver si nos salva de nuevo algo de fuera, otra subvención, otra lástima, otra visita desde las alturas. |