Los días persiguiéndose |
21 de junio de 2007 Pactos de progreso Ya no sabemos lo que es el progresismo, usado como posturita por unos y como desprecio por otros. El “progre” como habitante de ciertas teterías ideológicas y usuario de soniquetes de moda ha acharlotado el concepto, mientras que el rancio con el escapulario de su ranciedumbre lo asimila a aquelarres que se planean en comunas vegetarianas o dormitorios gays. La palabra progreso se ha abaratado y por eso cuando la dicen por los altavoces de la izquierda o la derecha a mí a lo que me suena es a guerra de escaparates. Escuchando el otro día a Luis Pizarro hablar del “progreso” y lo “positivo” de sus pactos creí que volvían Comte o el Círculo de Viena con sus dientes de comerse la yerba metafísica de la filosofía. Pero el progreso ya no es la consecuencia social de ninguna epistemología, ni el positivismo la cima planeada de la civilización en los blancos jardines de la ciencia. No, el progreso es más bien un dominguerismo político y el positivismo una manera de ser optimista que terminó aplastada por el eterno retorno nietzscheano, que es como la lavadora de la historia. Demasiada filosofía, en cualquier caso, para los sombreros de paja con los que parecen ir Luis Pizarro o Diego Valderas. Para ellos, seguro que el progreso y lo positivo tienen otros significados más contantes y menos enciclopedistas. Los “pactos de progreso” tienen el nombre con sonajero de todos los pactos (Pacto por las Libertades, Pacto por la Justicia y otros tocadores en los que se empolvan de grandes palabras) pero poca sustancia. Si se entiende el progreso como el avance en bienestar, libertad y justicia, ni el PSOE nos ha hecho progresar aquí más que en anuncios, ni IU, amanerada todavía en novecentismos, parece poder aportar más que sus antiguas ferreterías. A ver qué progreso representa la continuidad de una élite eternizada en el poder y en la laxitud unida a las nostalgias de una izquierda incapaz de una verdadera refundación que los sitúe en este siglo tras tanto cabalgar en el marxismo y en las revoluciones con metralla o con pan duro. Todo esto, sin considerar si en realidad los nuevos señoritos andaluces y la veterana izquierda ya sólo romántica y verderona son tan afines como se creen. No es el progreso, que hasta los neocon lo buscan aunque ellos piensen que consiste únicamente en que se espume la bolsa. No es la ideología, pues al PSOE se le han ido cayendo las siglas y aquí de izquierda sólo le quedan bizqueos. No es nada de esto y de ahí que haya problemas de rebeldías con tan conveniente pacto. Son el hambre de poder del PSOE, las ganas de arrimarse de IU, y claro, tener de enemigo común al PP. El PP, torpe en Andalucía como siempre, incapaz de librarse de sus ramalazos fachas, de su historia levítica, de sus olores de bandería, parece condenado a estar solo y cuando hablan se diría que les acompaña una horca. Habrá, pues, razones de poder, de dinero, de asco, pero eso de “pacto de progreso” no es más que una banda de miss con la que se nombran guapos ellos mismos. Yo, que tengo días de pesimismo igual que días en pijama, estoy por decir que en Andalucía, con este panorama político, ese progreso que esperamos, que deseamos, que necesitamos, es imposible. Las pocas ganas de unos y las odiosas maneras de otros me tienen abatido. Quedaba el PA, pero se perdió en su floricultura. Ya no sabemos qué es progresismo, ya no sabemos qué es política, le llamen como le llamen algunos a esa tarea de repartirse los ayuntamientos como tras una puerca matanza. |