Los días persiguiéndose |
28 de junio de 2007 Rebeldes El Parlamento Andaluz suena a confesionario o a carpintería que el sueño va cerrando, en esas horas en que los discursos están de fondo como un órgano o una radio que se quedó encendida, en que el sopor ha dejado de remover como con un cucharón el aire de la estancia. Hubo una vez un parlamentarismo que acogotaba a reyes, que ponía barandillas a filósofos o ateneístas, que veía duelos de inteligencia como una pelea de relojeros. Pero todo eso parece que ocurrió hace mucho y como en el Palacio de Westminster. Ahora tenemos demagogos, vendecoches, camorristas, lacayos, falanges de maestritos a sueldo del partido haciendo el discurso de los crecepelos. La democracia ha perdido su pulso en la calle y sus monóculos en los atriles. La llevan verduleras, comisionistas, mediocres, trepas, sacamantecas y jefazos orgánicos, como si fuera un sindicato de estibadores. Quien se acerque hoy a medir nuestra democracia y vea su mal vino, que ni siquiera es aquél de Baudelaire, su juego de la sillita, su cajón de monedas, sus uñas con mierda, sus pompas de jabón, sus orgías con lira y triclinio, no podrá sino caer en el abatimiento o en la rebeldía. Hay quien se empeña en decirnos que la rebeldía está pasada de moda como la chistera o como matarse por amor. Pero todavía hay rebeldes, insumisos, que a mí siempre me han caído simpáticos, al menos mientras no formen sectas ni pelotones. Hacen de pellizco en la conciencia, hacen de bandera pirata, y yo me los imagino un poco como aquel Aristipo de Cirene “perfumado en el ágora”, haciendo filosofía con la provocación, enseñándole el culo a Platón, llamando a la inversión de todos los valores mucho antes que Nietzsche, que quizá no sea más que la cumbre de una tardía resurrección de los presocráticos. “Benditos malditos”, diría Sabina... Como esos chavales que en Cádiz han acabado ante el juez por hacer un teatrillo por la abstención aquel día en que los pueblos votaban a su alcalde o a su jefe de albañiles. Se les ha aplicado nada menos que la Ley de Partidos, que por lo visto atiende con más rapidez a una redada de mimos, a una persecución de flautistas, que a otros asuntos ante los que se muestra bastante más laxa o tardona. La Junta de Andalucía hacía sus anuncios con trampa, los candidatos rifaban pisos de VPO, las inversiones públicas servían de anzuelo a las siglas, pero ya ven que los que acaban como haciendo la Comunión ante las sagradas puñetas del sistema son los que salieron con pies sucios o camisetas alegres a protestar por el paripé electoral, por la subasta de la democracia, por el trágala de esta partitocracia repompeada. La abstención como corte de manga me parece tan legítima como el cívico voto convencido, posibilista o con asquito, aunque en Grecia llamaran idiotas con toda su etimología a los que se desentendían de la política. Ni entro ni salgo en la ideología de estos jóvenes, si son ácratas, margaritos, pasotas o simplemente idealistas. Seguramente, no coincidiría con ellos en la mayoría de sus postulados. Sólo sé que hoy, cuando escribo con los ecos de un Parlamento que parece una jaula de pájaros muertos, cuando suena el bingo de viejas de esta democracia impostada, cuando vividores y mentirosos hablan con grandes palabras sin peso; hoy, digo, yo recuerdo, reivindico, celebro a los rebeldes, insurrectos, puñeteros, tocapelotas, los que no se callan, los que no se conforman. Son los que llevan cambiando el mundo toda la Historia. |