Los días persiguiéndose |
5 de julio de 2007 China Esas góndolas en las que se gusta nuestro presidente Chaves, esa majestad que busca entre indígenas y pagodas, esa gran caravana de marfiles, esa embajada de jamones sorprendiendo al mundo... El viaje es la manera de reinar que tiene el político. Hasta los concejales reinan un poco cuando van de su pueblo a Fitur, que ni siquiera es el extranjero pero las azafatas ya les hacen la danza del vientre. Hubo una vez hasta unos señores que se llamaban viajantes y que llevaban de un lado a otro la tristeza de su negocio, porque un negocio sólo se puede llevar de viaje con tristeza, como a la señora y sus maletas. Los políticos no viajan así y por eso sabemos que no van al negocio, sino a reinar de lejos, a que les pongan los collares de cocos, a que les bailen las mozas con la manera acuática o molinera de cada lugar, a que les pongan un lancero al lado y otras atenciones que los encastillan. Nuestros políticos fueron un día a Finlandia. donde hay bosques de violines que ya usó Sibelius, a copiar algo así como la tecnología o la economía de administrar el frío, pero nada aprendimos porque aquí seguimos confiando en nuestra tradición del sopor. También fueron a Cuba a sentirse ricos entre los pobres y a pesar sus bicicletas con nuestros todoterrenos, pero tampoco eso nos sirvió para dejar de ser los maniseros flacos del Europa. Ahora viajan a China, donde Chaves quiere dejar el asombro de Andalucía, un asombro paralelo al que deja China aquí cuando trae sus circos con chinos vestidos de parchís, con pértigas y dragones que miramos como una magia hecha con brochetas. Chaves también lleva su circo su compañía de ópera de lo andaluz, que sirve para anunciar que tenemos un olivo, un abanico o una tapita por cada chino. Sin embargo, tampoco nos traeremos la pólvora ni el invento del dinero, como se trajo Marco Polo. Mucho gasto en aeróstatos y porteadores, muchas ganas de reinar con sus pajes es lo que ve uno, sin que aquí parezca traducirse en nada, aparte de la dudosa sabiduría que vaya acumulando el equipaje de nuestros prebostes. Lo que no deja de sorprender es que, a estas alturas, nos acerquemos a China o a otros meridianos de la lejanía, el exotismo o la relojería, y llevemos como siempre el flamenco, la siesta y la matanza. China ha ido dejando atrás a “los cuatro viejos” de Mao (a saber: los viejos hábitos, las viejas costumbres, la vieja cultura, las viejas maneras de pensar) y va asustando a Occidente con algo bastante más real que aquella amenaza chistosa de que peguen todos un salto a la vez. El dragón dormido ha empezado a despertar (azuzado quizá por Hong Kong, algo así como el primer casino que consiguió poner allí el capitalismo) y su potencial económico es más que esa suma de brazos que sólo parecía, si acaso, capaz de levantar nuevas pirámides. La terrible dictadura ya es también un enorme mercado, tentado cada vez más por los vicios del capitalismo, y al que nosotros vamos todavía con la cestita de Caperucita, con la guitarra de nuestro sol, con el fresco de nuestras tapias. Se diría que el mundo entero cambia, crece, se desabotona los cuellos China y hasta la India se levanta del agua como un dios hipopótamo, y sin embargo Andalucía está donde siempre, acarreando cántaros, bailando con sus antiguas morerías, vendiendo su buenaventura. Hemos perdido un ritmo que mueve incluso a los más viejos gigantes del mundo, que nos adelantarán con sus bicicletas de piedra. Puede que nosotros no hayamos escapado de esos “cuatro viejos”, los ángeles de las cuatro esquinitas que acurrucan cada noche a la Junta. Ahora, van a China a enseñarles a dormir rezando o a comerse, después del jamón, la manzana de aire que tiran en las sevillanas. Chaves, en verdad, merece reinar en el campamento cíngaro que lleva con él por las anchuras de un planeta en el que sólo podemos hacer de tenderos o de hombre orquesta. |