ZOOM · Luis Miguel Fuentes |
Aznar habla desde la colina de sus números, es el pianista de las calculadoras al que se le descubre ahora el filo de ironía del bajito de la oficina. Zapatero viene con sus manzanas del pueblo, con su hambre de fábrica y su mañana de panaderos. Aznar tiene el país muy acotado y exacto. Zapatero tiene un ejército de almas azules y hermosas vaguedades. Aznar expone su trabajo con la precisión del forense o el general. Zapatero trae a los voladizos del Congreso una poesía triste y un rezo de huérfanos. Aznar tiene todos los cajones numerados. Zapatero habla en absolutos. No se chocan los cuchillos, que no llegan. El debate es un vals de bailarines impares o un kung-fu del tigre contra la grulla. Aznar y Zapatero se cruzan en su transparencia y siguen, camino al escaño, indemnes y glaciales como planetas lejanos. La política ha dejado de ser ideología para convertirse simplemente en estilo, que es cosa más chic. El PSOE hace una propuesta sobre IRPF que seduce a los banqueros, pero sigue subiéndose al atril con toda su literatura de sans-culottes. El PP asegura el futuro de las pensiones, pero se pone a defender sus áticos de macrocifras y beneficios como lo haría un rentista. El PSOE nos mostró en su tiempo cómo se puede hacer política de derechas sin arrugar la pana, cómo se puede convertir el coro de la fábrica en club de nuevos ricos sin bajar el puño. El PP nos muestra ahora cómo se puede hacer política social y seguir rezándole a una tía del Opus. Poco importa todo esto: el PP va de millonario de cifras y el PSOE va de currito con fiambrera. Es eso lo que espera ver la gente, que mira el debate como una ópera: que vuelvan a cantar Fígaro y el Conde de Almaviva, muy sabidos sus papeles, muy manoseadas las particellas, sin más sorpresa que la posible ronquera de una soprano o un sillón que se cae como un decorado barato. En Andalucía llega el debate sobre el estado de la Autonomía, que es el estado de siempre, pues la Junta sólo se mueve cuando hay que enrollar las alfombras o darle la vuelta a los colchones. Chaves, que no tiene los números de su parte, seguirá echándole la culpa al chachachá de Aznar, ese malo malísimo que quiere estrangular a Andalucía con una mano negra y pequeña, cuento para niños que sólo se creen ellos, porque ya ni los niños creen en las brujas, que han evolucionado en pokemon. Chaves rehuirá hablar de nuestra indigencia, del orín ferroviario del atraso de Andalucía y de las perezas de sus diferentes gobiernos que son el mismo, mecidos en muchos años y regalías. Se quedará en los brillos enmierdados del Tireless, en el conflicto pesquero, que se veía venir como el derrumbe en el que acaban todas las mendicidades, y en aquel oro de Moscú que es la deuda histórica (o mejor el oro del Rin, por seguir con la cosa operística y aprovechar lo que tiene Chaves de nibelungo). Lucirá mayúsculamente, eso sí, su escasa bisutería: una pegatina nueva o un descuento para jubilados, todo su humo de distracciones. Teófila, por su parte, seguirá blanquísima de lejanías y entristecida de crepúsculos caleteros, diciendo las verdades pero con una voz que queda ya débil, con algo de luminaria azotada por el levantazo. Nada nuevo, en todo caso. Estilo y tradición, coreografía muy usada, en esto se quedan los debates. Estilo que varía entre lo nacional y lo autonómico, ya que Chaves no es el poeta guapo de las masas que es Zapatero, sino un señorito reblandecido de poltronas, ni tampoco Teófila es una altiva tenedora de libros a lo Aznar, sino una taquígrafa luchando contra la inercia de los que llevan el lápiz en la oreja. Derechonas que ya no existen, progresías de kiosco, trincheras viejas. Y sobre todo, palabras que suenan como la banda del pueblo, siempre con el mismo pasodoble y la misma zarzuela. Los debates son el cotillón de los políticos. Ellos se sacan a bailar y ellos se reparten los pisotones. A nosotros sólo nos queda mirar, desde lejos, un escote o un resbalón. |