ZOOM · Luis Miguel Fuentes |
Severino Antinori hace procreaciones de ausentes, hace nacer hijos sin padre o con una madre hueca, saca bebés de una célula a la mitad, niños rubios de la luz soltera de la Ciencia y sus desinfectantes. Antinori dice conocer toda la metalurgia de la vida y quiere hacer clones de humanos para que paran las viudas a su esposo y se gesten las abuelas a sí mismas. A Antinori no lo entienden y lo sacan en todas las fotos con gesto prometeico y bigote de loco o de espadachín. Pero él sólo anda buscando la vida en sus bucles más escondidos, el más nuevo racimo de lo humano, que es un hijo naciendo de una uña, recordándonos lo que tenemos de ameba muy crecida y de injerto de la tierra. No veo maldad en su intención, sólo esa precipitación de los entusiastas y los exploradores. No termino de creer que nuestra tecnología esté preparada para una clonación humana segura y eficaz. La oveja Dolly necesitó para su existencia el blando sacrificio de 276 óvulos. A los fetos muertos de las ovejas se los entierra en una zanja, pero a los humanos hay que llevarlos dulcemente al Purgatorio, sin mirarles la cabeza abombada o el cuerpo que les ha quedado tembloroso como una amputación. No me espanta la idea de un clon humano, por la misma razón que hace que no me espanten unos hermanos gemelos. Nada se rompe en el Universo por que haya dos seres con el mismo ADN. La mayoría de la vida de este planeta se reproduce asexualmente. El sexo es un lujo y un recreo de la Naturaleza, que se aburría de copiarse. Ya sabemos, además, que no existe determinismo genético. Somos mucho más que nuestro genoma. Juega a favor de la diferencia todo el mecanismo de la evolución, e incluso la física cuántica. Hay otro principio de incertidumbre que no es el de Heisenberg, y que manda más allá del microcosmos de las nubes de electrones. No se pueden copiar seres humanos. La clonación no pasa de aprovechar un chasis, y si se enfadan los dioses es porque les vamos descubriendo poco a poco sus secretos y estafas. Hay quien piensa enseguida en ejércitos de clones invadiendo la Tierra, y hasta a George Lucas le ha dado el espanto de la palabra para el título de la próxima entrega de La Guerra de las Galaxias. Habrá también quien, más positivamente, imagine que no estaría mal tener en la nevera clones de Chaves, Zarrías o Magdalena Álvarez para que manejaran este agosto en el que la Junta ha enterrado a sus burócratas en las playas y Andalucía va sola por entre un oleaje de incendios y epizootias. Pero el clon de Chaves lo mismo salía zapaterista y sin dislexia, y puede que ni hiciera discursos con retruécanos. Los clones llevan a pensar mucho en Huxley y en su mundo limpísimo e inhumano, pero nada puede matar la individualidad. Ni siquiera el que los niños nazcan de las jeringas, vástagos solamente de sus propios líquidos. Antinori, que dice que es un incomprendido como Galileo, quiere hacer clones para redimir a las madres tristes, no para acabar uniformando de carne a la Humanidad. No veo yo ninguna perversidad en esto, mientras no asesine críos por el camino, mientras no nos estremezcan las almas torcidas de los nacidos muertos (aunque también el Dios judeocristiano devoró primogénitos, cosa de la que ya no se acuerdan los obispos). Pero ha llegado el milenio amenazante de meteoritos y plagas, y seguimos viendo el fin del mundo en cada nuevo círculo que traza la ciencia. Sin embargo, para vislumbrar el Apocalipsis hay que mirar más las naves láser de Bush y los degüellos enfierecidos de los talibán, y menos al niño que nace repetido, inocente en su química, tábula rasa que será modelada no tanto por sus nucleótidos como por la crueldad y la estupidez de nuestra especie, que revienta semejantes, ahoga a la razón y se deleita en la miseria y en el sufrimiento. No hay ninguna moderna maldad celular que se pueda comparar con esto ya tan viejo, ya tan humano. |