ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Gil

 

Llega de saunas, establos, bancos, Poseidón de oro sucio, capataz de sus millones, sultán en chándal. Tiene un cortejo de contables y pirañas, un caballo que habla, un parasol de hule, un coro de gimnastas. Tiene un armario con túnicas y chanclas, tiene medallones y abogados, tiene colegiatas con piscina, tiene mecenazgos de bisutería. Compró un solar y lo llenó de rascacielos con las vigas torcidas. Compró una ciudad prometiendo abrillantar las farolas y patear a los mendigos. Compró un coliseo para muscular a toda la barriada. Hace un dinero panificado y siniestro, levanta urbanizaciones como selvas nocturnas, mientras dormimos. Sólo reza a su busto y a un Dios que es un colega constructor que vive en un Cielo como un ático muy alto y con calidades. En sus lentas digestiones tiene pesadillas con empresas, facturas y togas, y le va creciendo el dinero como un hígado falso o un hombre lobo muy dócil. Es un hombre con todos los huecos reventones de billetes y todos los dientes forrados de sarro y oro. Tiene la entraña verde y dura de metal mordisqueado y mohos de lucros. Tiene la conciencia telarañosa de los que no reconocen más Ley que su listeza.

Gil es un telar de hacer dinero con dinero, un dinero sin principio o con un principio pequeño, abstracto, germinal, dinero de una tienda de repuestos, de la primera ampliación del negocio, de ser vivo y empezar a manejarse como conseguidor, como comisionista, como esquivador de ordenanzas municipales y reidor en las tertulias de falangistas. Luego todo tiene la excusa del dinero, la trampa pequeña y la trampa más gorda, por conseguir más dinero, que no trae más que el hambre del próximo millón, que ya no se sabe dónde meter. Gil nunca será capaz de digerir todos sus millones. Tampoco podrá digerir los cincuenta y ocho inocentes que murieron crucificados en ferralla cuando se derrumbó aquel cenador en Los Ángeles de San Rafael, construido por él. Gil era un galeote cadáver que resucitó después de sólo dieciocho meses de cárcel por el beso de un indulto de Franco, al que le debe vida y estética. Desde entonces, Gil ha sido un transeúnte y un funámbulo de los juzgados. Llegó a esa grada nacional que es el fútbol para adornarse de gentío y se hizo alcalde de Marbella para darse a él mismo licencias y plazas. Gil es provocador y demagogo, déspota y malhablado, hortera y listo, con esa audacia insolente que sólo tienen los ricos. Así ha ido mezclando política, empresa y familia en un muñón turbio que ahora asoma otra vez con la desaparición de los expedientes de sus casos en los juzgados de Marbella. Es que, dicen, a lo mejor él guardaba todas las llaves.

Hay quienes no pueden existir más que como una fiera de dinero y poder. Hay quienes tienen toda el alma dedicada a hacerse una almoneda. Si lo consiguen sin acabar en la cárcel, se les llama triunfadores, grandes hombres, héroes. Si no, desgraciados, ladrones, canallas. Gil no es diferente de otros que terminarán o no cayendo por un descuido en el pico de un papel, por una suma mal hecha o un conserje rebotado. Hay un basamento de suciedad y filodelito sobre el que erigimos esa farsa que algunos llaman Democracia, Estado de Derecho, todas esas sublimidades sobre las que se hacen tantos discursos imitando a Pericles. Ahí tenemos el escándalo de Gescartera, que ya es el Ibercorp del PP. Mal va esta democracia nuestra cuando los Gil o los Camacho no dudan en vivir sobre los tajos del averno, todo por tener palacetes, Jaguars y hembras levemente californianas que les traen el martini. Estamos intuyendo que esta fauna prolifera porque se ve una Justicia que puede ser dulcemente comprada, que no hay despacho que no pueda ser doblegado con finura, cenas y maletines. Pocas dudas hay ya de los pecados de Gil. Muchas dudas nos quedan, en cambio, sobre este sistema nuestro que deja escapar a estos cuatreros o los amamanta con ternura como a oseznos muy graciosos.

 

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