ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Inmigración para niñas guapas

 

“Los inmigrantes trabajan por una miseria y eso perjudica a los parados españoles”. Me lo dice tomando un café mi querida Sara, violinista pálida, bella y niña que tiene un novio francés al que puede que envidie un poco. A Sara, la cercanía de la Navidad le da una hermosura de nieve o de estatua que me hace perdonarle estas cosas. Sara piensa en sus vacaciones en Francia con un chico que tiene algo de gondolero guapo, aunque en Francia no haya gondoleros, y a lo mejor eso de la inmigración le suena a viaje mal organizado y a perder las maletas en el aeropuerto. Sara es muy joven, todavía cree en el amor y en las luces de París, como en aquella película de Gene Kelly y Leslie Caron con música de Gershwin. Quizá le resulta difícil pensar que alguien tenga que coger el hatillo y lanzarse a tragar agua para sobrevivir. Para mi pequeña Sara, como para Gene Kelly entonces, la vida todavía ‘s wonderful. Un beso, niña.

Pero el Estrecho de Gibraltar no es el Sena, y no lo miran unos enamorados con bufanda, sino unos africanos que se ahogan en una luna negra de agua y noche, o que reptan por las playas para esconderse en un cañizal. Veo estremecido el vídeo de Javier Bauluz, nuestro premio Pulitzer español, que ponen en televisión; el reportaje de unos inmigrantes indocumentados (no “ilegales”) que huyen, que se hunden en el fango en que se les ha convertido el paraíso de otro continente, que se quedan prendidos en un alambre como una bandera de carne flaca, que se arrodillan ante un granjero o un hortelano para que no llame a la Guardia Civil. Vídeo pavoroso de espíritus combados y genuflexos, seres humanos humillándose besando los pies y el dobladillo a otro del que depende su vida. Eso es lo que aprenden, más que otra cosa, en la tierra de donde vienen, tierra de reyes/dioses marmóreos y enjoyonados que mantienen a su pueblo en un zoco de miseria por una coherencia de tradición y pureza.

Hemos tenido una cumbre en Niza que quiere construir una Europa de banqueros gordos de tanta cerveza teutona. Hemos tenido una cumbre de la globalización, ese bebedizo que nos quieren hacer tragar como modernidad y que no es más que una cama redonda donde copulan las grandes empresas como polillas de oro. Hemos tenido una cumbre del clima donde los países ricos compraban a los pobres cuotas de dióxido de carbono como humo al peso. El mundo opulento se divierte jugando a su monopoly, mientras a los inmigrantes les pone un perro de presa y un guardia civil con mantas o pistolas, según el turno que toque. Y si acaso unos chicos piden la condonación de la deuda externa de los países pobres, les damos jarabe de palo por ensuciar las escalinatas del Congreso con su canallerío jipioso.

Los inmigrantes no vienen a quitarnos trabajo, adorable Sara, sino a por las mondas de lo que no les dejamos tener nosotros, los ricos blancos, nuestros países tan azules de emblemas, el norte cebado y tecnológico que los asfixia y que consiente y amamanta a sus tiranos, esos con los que nuestros mandatarios comparten negocietes, yates atómicos y fiestas en palacio con mucho minué de besos. Estamos haciendo una sociedad donde hasta las niñas rubias y guapas con un billete a Francia en el bolsillo dicen que los inmigrantes les quitan el trabajo a los españoles. Perdona, Sarita. Te quiero como a una hermana pequeña, pero tenía que echarte esta bronca. Tú sé feliz, vete a Francia. Ir a buscar el amor a otro país es mucho mejor que ir a buscar la muerte o la esclavitud, que es lo que tienen que hacer otros que ya no tienen sitio para amores, sino sólo para una oquedad espantosa que les ocupa toda el alma como un bicho negro y hambriento.

 

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