ZOOM · Luis Miguel Fuentes |
Rafael Román, presidente de la Diputación de Cádiz, es almirante de una marina de coches oficiales, confitero de decretos como obleas, césar de los secretarios, señalador, resucitador y sepulturero de opositores. Firma órdenes con un puño como una linotipia, da de comer a chóferes y a huidos de los ayuntamientos, tiene algo de padrecito del PSOE en la provincia. Su dedo santifica y alimenta, su palabra hace crecer cereal en las alfombras. Manda en la Diputación como un coronel afónico y es una sombra velazqueña en el neoclásico del Palacio Provincial. Rafael Román es Franquito Román por el bautismo feroz de los cachondos de labahiadelmamoneo.com y ejerce su personaje con cierta gracia esmirriada y la altivez despechada de los bajitos. Sobre la Diputación, sobre Román (hay una relación de identidad, no es una metonimia) han venido cayendo sospechas de enchufismo desde siempre, pues las cortinas hablaban y los cargos se multiplicaban, se recogían políticos caídos en las batallas municipales o regionales y los camaradas encontraban solaz y sueldo con una magia de inmediatez y arbitrariedad inexplicable por la ciencia estadística. Lo último, la contratación de cinco auxiliares de servicios especiales, ha hecho aparecer una hermandad de apellidos tan descarada que ha provocado una investigación interna sobre enchufismo sindical que dicen que va a dar la vuelta a todos los cajones, aunque, estando dirigida por el propio delegado de Personal, no cabe esperar mucha objetividad. El PP va más allá, quiere rebuscar en todas las contrataciones desde 1995, por descubrir cuñados y vecinos, todas las contigüidades del poder y todas las intendencias del favoritismo. Pero claro, a lo mejor el PP se ha olvidado de mirar en su casa, por si pasa lo mismo o algo parecido. Conoce uno muchos casos de sobrinos y burócratas reubicados en diputaciones, en la Junta o en empresas municipales, pues la política es una logia y un cenáculo, y a la niña que iba de cosa de fiestas o juventud en el pueblo, o a aquél del despachito autonómico, no se les puede truncar la carrera y hacer que vuelvan al mostrador de una mercería o a dar clases de primaria, que es un fracaso. El Partido (el que sea) siempre es una gran agencia de colocaciones y una herborización de paniaguados, y esto no es demagogia ni derrotismo: se demuestra sin salir del barrio. Las mesas de contratación en los ayuntamientos son un cachondeo (esto último de la Diputación de Cádiz nos enseña que los sindicatos también sucumben a la tentación), y uno, que ha trabajado para cabildos y mancomunidades, sabe de contratos a yernos y amigotes, de “compromisos” con ex alcaldes y de “listas negras” donde perecen amordazados los más incómodos al poder. El enchufismo es cultura popular y gracia mediterránea, es lo que da nuestra civilización de vivos y pelotas, y el que va de legal termina de tonto, porque si no lo haces tú lo hará otro. Así hay una tradición que se emparenta con los cristos del pueblo y las recetas de la abuela, y ya sabemos que romper las tradiciones está muy feo y queda uno como un descastado. Lo de la Diputación de Cádiz nos salta ahora porque tiene la capitanía de Franquito Román, famoso por firmar decretos a millares y solemnizar Audis, Román que va de valido de sí mismo, imperioso y campanudo, con una corte y una estatua ecuestre que se deslizan pesadamente con él por los pasillos. Pero hay ocho diputaciones en Andalucía, más las mancomunidades, ayuntamientos y otras regencias. Calculen los enchufes necesarios para mantener la maquinaria y lloren por esta partitocracia de la que, por lo visto, no podemos escapar. |